Opinión

De vuelta a Roma

Mañana martes Francisco y los periodistas que le hemos acompañado en su visita a Mozambique, Madagascar y la Isla Mauricio estaremos de regreso a la Ciudad Eterna.

Muchos pueden preguntarse qué se trae el Papa de estos agotadores viajes – aún le queda este año el previsto a Japón a finales de noviembre– y la respuesta más evidente es: un montón inacabable de emociones en su corazón de Pastor de la Iglesia Universal. No le basta ver a las multitudes de todo el mundo que acuden a Roma. Necesita sentir los latidos de las comunidades católicas que viven en situaciones muy diversas, a veces trágicas, y siempre le reconforta ver con qué afecto y pasión les reciben.

Pero no es solo un bagaje sentimental el que se trae de este periplo africano, en países que baña el Océano Índico. Ha escuchado la narración a viva voz de los problemas de una iglesia que tiene que afrontar innumerables desafíos en su labor misionera y evangelizadora. Ha podido hablar con decenas de obispos, sacerdotes, religiosas, laicos y jóvenes comprometidos que viven en el día a día su compromiso de vida cristiana. Además en sus conversaciones con tres jefes de Estado – el mozambiqueño, el malgache y el mauriciano– ha podido constatar que la globalización de la indiferencia no es una simple palabra sino una hiriente realidad de nuestro mundo.

Por fin, como hombre de profunda fe, Francisco ha robustecido su esperanza en una Iglesia que no aspira a ser triunfante, sino solidaria de una humanidad en sus momentos tristes y alegres.