Opinión
El miedo del político ante la urna
Pedro Sánchez ha lanzado la moneda al aire y nadie –quizá él tampoco, aunque lo intuye– sabe de qué lado caerá: Gobierno más que precario o elecciones. «Un golpe de dados jamás abolirá el azar», escribió Mallarmé, el padre del simbolismo. En España, ahora, cualquier pequeño detalle, que no tiene que ser aleatorio, puede influir de manera decisiva en la decisión del inquilino de la Moncloa. Por mucho que busque un distanciamiento brechtiano, tampoco es inmune a las presiones, directas y del ambiente, a favor y sobre todo en contra de la repetición electoral. Otto Preminger lo reflejó con maestría en «Anatomía de un asesinato». James Stewart interpreta al defensor de un acusado de asesinato. En un momento de la vista, el juez le pide al jurado que no tenga en cuenta el último dato aportado por el letrado. «¿Cómo puede el jurado no tener en cuenta eso?», le pregunta el acusado a su abogado, que le responde: «No puede». Sánchez no está en un juicio, pero no puede quedarse al margen de todo y decidir libre de toda influencia.
El PNV tiene fama de hilar fino, detectar los puntos débiles en una negociación y, sobre todo, lograr acuerdos muy beneficiosos. Por eso es muy importante la impresión que sacó Andoni Ortúzar, el líder del PNV, tras su reunión en Ferraz, la sede del PSOE, con el inquilino de La Moncloa. El político vasco, activista por interés en contra de la repetición de elecciones, creyó percibir tres objetivos en la estrategia de Sánchez y que, claro, también condicionarán su decisión final. Esos tres objetivos, que pueden convertirse en obsesiones, tienen tres nombres propios, Iglesias, Rivera y Casado, sin que en el PNV piensen que ese sea el orden de prioridades. Más evidente les resulta que el presidente en funciones aspira a que Podemos se quede en lo que, históricamente, fue Izquierda Unida, una minoría a babor del PSOE. También soñaría con presencia el desfondamiento de Rivera, con quien las relaciones son inexistentes, sobre todo por culpa del líder de Ciudadanos. Por último, tampoco haría ascos a que Casado alcanzara una cierta estabilidad como líder de la derecha, aunque sin amenazar en las urnas a los socialistas. Algo así como lo que ocurría con González y Fraga en los años 80. La clave de todo, que también detectó Ortúzar, es que Sánchez tampoco es inmune al temor, al miedo del político ante las urnas y lo mismo les sucede a Casado, Iglesias, Rivera e incluso al PNV. Ocurre como en la novela de Peter Handke, «El miedo del portero al penalti», en la que el lector debe completar los huecos que el autor voluntariamente deja vacíos para terminar de construir la historia. El problema, el pánico de todos, es que no pueden controlar cómo completarán los votantes los huecos dejados por los políticos. La moneda sigue en el aire y el azar existe, como el miedo a las urnas.
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