Opinión
Adolescentes
La adolescencia es el tramo vital donde se dicen y se hacen las mayores tonterías. No tiene unos límites fijos. Se inicia en la agonía de la pubertad y finaliza a capricho. Conozco adolescentes de sesenta años, si bien no he tenido la oportunidad de saludar a un sabio con quince primaveras. Alberto Núñez Feijóo, el inteligente político del PP y presidente de la Junta de Galicia, ha insinuado que Sánchez e Iglesias no han escapado de la adolescencia. Les falta el acné juvenil y la camiseta con la figura estampada del Ché. No les falta, pero tampoco la usan, que más o menos, es lo mismo. Durante la adolescencia, los amores superan en cursilería a los cantos de los ruiseñores de la isla de Java, y los odios no se amortiguan de violencia. Respecto a la cursilería de los ruiseñores de la isla de Java, les aseguro que no se trata de un invento. El ruiseñor de la isla de Java es el único de los ruiseñores que la palma por amor. Vuela la ruiseñora amada hacia el nido de un semejante, y el ruiseñor vencido trina su melancolía y posteriormente, fallece. Y si no lo creen, pregunten a los expertos. O a Elisa Beni, que sabe de todo.
«Si tuviéramos hombres de Estado en vez de políticos adolescentes, podría haber Gobierno de coalición». Vamos a ver. Completamente de acuerdo. Pero intuyo que los dardos no van lanzados exclusivamente hacia los adolescentes de las izquierdas. Porque después de ocuparse de los adolescentes, se plantea de nuevo «ser útiles a España» permitiendo la investidura de Sánchez con las lógicas condiciones. Cabe destacar en la entrevista que publica ABC, su fijación por España. «La palabra España ha desaparecido del lenguaje político y de la prioridad de los políticos». Y no se desentiende del proyecto de España Suma. «Debemos ser el partido de centro que cobija a la derecha, el liberalismo y el reformismo». Es decir, a todos menos a los socialistas, estalinistas, y separatistas. La abstención en la investidura de Sánchez estaría sometida a unos principios éticos. Entre ellos, la ruptura con los bilduetarras en Navarra y con el separatismo republicano en Cataluña. Por lo demás, no distingo otros peligros que no sean superables. Esos pactos son los que ponen en riesgo la unidad, la realidad y la fortaleza de España. Los hombres de Estado, aquellos que supieron ceder en beneficio del adversario por el bien supremo de España, han desaparecido de nuestra política. Hasta Jordi Pujol fue tenido como tal durante más de un decenio. Anson propuso a la Redacción de ABC – y la Redacción de ABC , consultada o no, lo aprobó por unanimidad–, a Jordi Pujol como «Español del Año». Y lo aceptó feliz y encantado. Ya estaba robando a Cataluña y al resto de España, pero se miraba hacia otro lado. Se descoyuntaba ante el Rey mientras uno de sus nenes cobraba las comisiones, y el benjamín de la casa mostraba en una pancarta la leyenda «Catalonia is not Spain». Travesuras del niño y de la simpática Mamá.
Pero en el PP y el PSOE había y trabajaban para España auténticos hombres de Estado. De Aznar hasta ahora, los hombres de Estado han desaparecido. Ardanza lo fue. Y lo fueron aquellos valientes del PP que llevaron al partido liberal-conservador a las más altas cotas de representatividad en los territorios vascos. En la nueva hornada, Samper y Urquijo son los herederos de la dignidad y la nuca expuesta a las pistolas de los terroristas. Samper se ha sentido herido por unas palabras, algo inoportunas pero no lejanas a la verdad, de Cayetana Álvarez de Toledo. Esa posible descomposición del PP en Vizcaya, Álava y Guipúzcoa es otra de las perversas maniobras del sorayismo y de la inacción de Rajoy. Soraya se deshizo de los héroes, y se rodeó de funcionarios. Rajoy no fue un hombre de Estado, Soraya se cargó al Estado y Zapatero, Sánchez e Iglesias no tienen otro objetivo, desde su adoslescencia, que entregar España a los soñadores de su destrucción.
Tiene sentido lo que Feijóo apunta. Y lo tiene porque Feijóo es un hombre de Estado, o al menos, de cuando en cuando lo parece.
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