Opinión

A Buda lo que es de Buda

El nuevo Alcalde de Madrid, la Villa y Corte, la Capital del Reino de España, José Luis Martínez-Almeida destacó en la oposición durante el Gobierno municipal de la abuela feliz y sus gamberros por su acierto parlamentario. Martínez-Almeida no dice ni hace tonterías. Y a pocas semanas de su investidura como Alcalde de Madrid ha demostrado que sus promesas no eran auroras boreales electoralistas, sino propuestas a cumplir. El comercio y la hostelería se han manifestado satisfechos con su decisión de dificultar hasta el máximo las actividades comerciales ilegales de los manteros, y ahora anuncia que la Puerta del Sol se convertirá en un lugar libre de coches, autobuses, taxis, bicicletas y patinetes. Una plaza entregada a los paseantes, viandantes y peatones.

No piensen los lectores que me une una vieja y estrecha amistad con el Alcalde. Lo he saludado en un par de ocasiones, y me pareció oportuno, inteligente y con sentido del humor. Comparado con su antecesora, podría validarse como moderadamente ajustada la diferencia existente entre el Papa místico, teólogo y músico alemán, y el dicharachero porteño que hoy guía nuestro rebaño de ovejas asombradas. La relación de disparates hablados, representados, y culminados por el anterior equipo de Gobierno necesitarían, para ser reunidos en un tomo de humor, más páginas que las impresas en las memorias de Henry Kissinguer, tan interesantes de contenido como agobiantes de continente. Lo que ignorábamos los votantes madrileños era el proyecto del monumento a Buda. De haberlo sabido, Martínez-Almeida habría obtenido la mayoría absoluta, porque Madrid es pueblo sabio y medido, con cinco siglos de capitalidad y Corte, y las supinas gilipolleces las convierte en chascarrillos. Es lo que diferencia en la actualidad a Madrid de Barcelona. Que allí, las gilipolleces municipales se las toman muy en serio.

El proyecto de la abuela comunista presumiblemente feliz no era otro que plantar en Madrid un monumento a Buda. Un Buda de bronce de cuarenta metros de altura y 35.000 kilogramos de peso. Un Buda carísimo por otra parte. Se trata de una ocurrencia íntimamente ligada a la Historia de Madrid, ciudad secularmente integrada en el budismo. Ignoro si el proyecto fue iniciado o Buda va a tener que buscar otra ciudad española para sentarse, pero es sabido que el actual Gobierno municipal ha rechazado la majadería. Por sentido común.

No concuerda en la coherencia que Rita Maestre reclame incendiar las iglesias católicas como en 1936 y se preste a emocionarse con una monumental estatua de Buda. En Madrid, y lo escribo con todo mi respeto, Buda no pinta nada. Como si en un templo budista de Nepal, el monje más poderoso pone en marcha la creación de un monumento de bronce en honor de Indalecio Prieto, que es lo más parecido a Buda que ha circulado por Madrid.

Madrid necesita, por su constante crecimiento, más obras públicas, más hospitales públicos y privados, más colegios privados, concertados y públicos, parques más extensos y una postura inflexible ante quienes se pasan las leyes por sus extravagancias naturales. Madrid necesita más seguridad para proteger a los madrileños, los visitantes y los turistas. Lo que reclaman todas las grandes ciudades del mundo sometidas al bienestar ciudadano y no a las demagogias políticas y partidistas como sucede en la segunda ciudad de España.

No pretendo herir susceptibilidades y menos aún poner en solfa la estética budista. Simplemente comento con alivio un proyecto necio que el Alcalde y su Gobierno han mandado a la papelera. Creo sinceramente que Madrid y Buda pueden mantenerse, cada uno a su manera, en la misma lejanía que hasta hoy. Sin quitar derechos a Buda, por supuesto. A Buda lo que es de Buda. Sucede que en Madrid, eso equivale a nada de nada.