Opinión

Pensiones, timo y demagogia

Pedro Sánchez y su equipo, frente al vértigo electoral del 10-N, soñaron quizá con reeditar, de alguna manera, los llamados «viernes sociales», en los que el Gobierno repartía dinero sin pudor con teóricas coartadas sociales y objetivos electorales. Aquel Gobierno, sin embargo, no estaba en funciones, como el actual, y podía hacerlo. Ahora no es tan fácil y lo saben en La Moncloa, en donde Iván Redondo, el protoasesor, diseña el día a día hasta la nueva cita con las urnas.

El hombre de confianza de Sánchez es prudente y optimista a la vez, pero cualquier resultado por debajo de 150 escaños sería una decepción. Vuelta a empezar en un escenario en el que, como acaba de escribir Óscar López, antiguo escudero de Sánchez, pasado a las filas de Patxi López y ahora presidente de Paradores, «los nuevos partidos han creado nuevos problemas sin solucionar los viejos». El bipartidismo –«lo echaremos de menos», profetizó hace un lustro Felipe González– vuelve a tener una gran oportunidad.

Sánchez querría subir las pensiones, con el IPC, y los salarios de los funcionarios antes de las elecciones. No está claro que, legalmente, pueda hacerlo. Por eso ha puesto en marcha la estrategia de prometer –garantizar– esos aumentos si forma Gobierno tras el 10-N. Quizá esa opción sea incluso más rentable para el PSOE, porque la promesa crea una esperanza superior a la realidad. La revalorización de las pensiones con el IPC significaría subidas de un 0,5% como máximo, es decir, 4,9 euros al mes para una pensión media de 992,4 euros y de 10 euros para las máximas, que tampoco son tantas. Las mínimas subirían más, pero aunque lo hicieran cuatro veces más que el IPC, apenas supondrían unos 15 euros más al mes. Una buena razón para renunciar a ciertos «viernes sociales» y prometer otros mucho «más sociales» si Sánchez puede encabezar un Gobierno estable con la mayoría suficiente. Además, permite otra vez, apartar de la campaña electoral el debate sobre las pensiones, que nadie desea, porque el sistema es inviable y tampoco nadie se atreve a poner el cascabel a ese gato. Zapatero, porque no tuvo más remedio, llegó a congelarlas. Rajoy, para afrontar la crisis, limitó las revalorizaciones, sobre todo de las máximas. Ambos salieron trasquilados. Sánchez no quiere que le ocurra lo mismo y, ahora que ha empezado el mundial de Rugby en Japón, elige la jugada llamada «patada hacia adelante», pero es un timo a toda la sociedad –no garantiza nada para el futuro– y una opción demagógica.