Opinión

La Legión

Se han cumplido 99 años de la creación de la Legión, por el teniente coronel don José Millán Terreros, que aún no había unido sus apellidos paternos, y la rúbrica del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, el Rey Don Alfonso XIII. La ignorancia de la demagogia ha esquinado al general Millán-Astray, fabricando una caricatura de su grandeza. Don José Millán Astray y Terreros, ya puestos sus apellidos a su preferencia y antojo, fue un héroe de España, un sucesor orgulloso de don Blas de Lezo, y como el gran marino de Pasajes, tuerto, manco y cojo por heridas de guerra. Millán-Astray, descendido a la caricatura fácil por los imbéciles, fue un militar valiente, culto, decente, heroico y futurista. Se ha intentado doblegar su inmensa figura de soldado. Además, era bilingüe, y dominaba el francés. Fue el traductor al español de la edición francesa del «Bushido» del japonés Inazo Nitobe, texto fundamental para entender el alma de nuestra Legión. El «bushi», el samurai, huye de la riqueza material y del interés personal. Todo lo ofrece a su condición y su patria. Escapa de los honores y los agasajos, y atiende como obligación primera el sacrificio, el compañerismo y el amor a la muerte si la muerte es una petición de la Patria. Comprendo a la perfección que muchos no entiendan lo que significa Patria, sacrificio, muerte, amor por la Bandera y compañerismo hasta los límites de la resistencia humana. Eso es la Legión, que hoy camina, admirada en todo el mundo, hacia sus primeros cien años de vida.

El «Bushido» no es otra cosa que el «Camino del Guerrero», el código de comportamiento y entrega de los samurais. El fundador de la Legión, Millán Astray, reúne en sus fundamentos la bravura, honestidad, heroísmo y decencia de sus legionarios con la vieja tradición de entrega sin recompensa de los samurais japoneses. Y abre el camino del guerrero del Tercio de Extranjeros, que combatían y morían por España con la misma entrega de la vida que los legionarios españoles. No se exigían, en su principio, ni glorias pasadas ni antecedentes penales, ni méritos antiguos, ni identidades burocráticas. «Cada uno será lo que quiera/ nada importa su vida anterior». Hoy, la Legión, los legionarios, son los representantes del sacrificio y el honor en todos los rincones del mundo que los han reclamado. Los nombres de sus muertos por España no caben en un libro de centenares de páginas. Sus beneficiados por el heroísmo y la humanidad de los legionarios, no abarcarían un libro diez veces más amplio. Ellos están ahí. Nada piden y nada temen. Si reciben una orden, la cumplen. Cuarenta años de legionario y una pensión de risa. Para ellos, lo fundamental son los cuarenta años de legionarios sirviendo a España, a su Rey, a la Bandera y a los españoles, aunque algunos los aborrezcan. La pensión es una simple necesidad. Lo mismo habrían hecho con la humilde pensión del futuro que con la quiebra de su economía. Para los legionarios, la riqueza es España, su unidad y su Bandera. Y mucho de ese espíritu que a tantos se les antoja lejano, viene de la sabiduría y el ánimo de su Fundador, el general Millán Astray, el cojo, manco y tuerto del que, hasta Francisco Umbral, que lo caricaturizó, en una noche alcarreña en casa de don Camilo –Cela, por supuesto–, ante Antonio Mingote y otros amigos confesó: «Fue el más futurista de los militares de España, pero me jode mucho lo que consiguió».

Consiguió lo indescriptible. Hoy la legión es un asombro militar en todo el mundo 99 años despúes de su creación. Aquel soldado, tuerto, manco y cojo, con seis heridas de guerra, creó lo que ahora se valora como la gran unidad de paz en el mundo. Gloria a nuestros legionarios, pasados, presentes y futuros. Garantes de la España unida. Y cuidadito con ellos. Que España es lo primero, y sus vidas una circunstancia secundaria.