Opinión
Tumbas
No conocí ni saludé al General Franco. Lo vi desde la lejanía en alguna final del Campeonato de España de fútbol, que en sus tiempos se denominó Copa del Generalísimo y en una ocasión en el hipódromo de La Zarzuela cuando entregó su trofeo al Conde de Villapadierna. Y en verano, siempre remoto, en San Sebastián a bordo del «Azor» con su «blazier» azul, sus pantalones grises y su gorra de marino con el plato blanco. En el hipódromo llevaba menos de la mitad de escoltas de los que guardan en la actualidad la integridad física de Sánchez y la señora Begoña, que es la que manda. Pero estoy seguro que, de haberlo conocido y preguntado dónde deseaba ser enterrado, su respuesta hubiera sido el silencio, como diciendo «me importa un rábano el sitio de mi tumba».
El Tribunal Supremo ha fallado a favor de la exhumación de sus huesos de su tumba de granito de Alpedrete en el Valle de los Caídos. Y ha decidido también que sus restos reposen en el panteón familiar del cementerio de El Pardo, sito en Mingorrubio. Por vez primera el Tribunal Supremo abusa de una extraña atribución. Ordenar una inhumación en un panteón no deseado por sus familiares, que tienen en propiedad una tumba vacía en la cripta de La Almudena inmediata a la que ocupan los restos de su hija, la Duquesa de Franco. Yo termino de adquirir para mis huesos y los de los míos unos enterramientos en el cementerio de Ruiloba, donde deseo descansar cuando Dios lo decida. Y no me parece correcto que el Tribunal Supremo prohíba mis planes y decida que me tengo que enterrar en Benidorm, Puertollano o en la Almunia de Doña Godina. No es el mismo caso, pero sí similar final.
Por otra parte, el único logro de Sánchez en sus meses de presidente del Gobierno y presidente en funciones, ha sido el de desenterrar unos huesos para llevarlos a otro lugar. Logro de muy reducido mérito. Los socialistas y comunistas durante la guerra fueron expertos maestros en profanar tumbas sin el aval del Tribunal Supremo. Se fotografiaban victoriosos con esqueletos de religiosos, que eran los de su preferencia. A los Franco les quedan acciones de recursos, y un juez mantiene en suspenso la exhumación ateniéndose a riesgos técnicos en el levantamiento de la lápida. Y hay un punto que habría de hacer recapacitar al marido de doña Begoña, la que manda y cobra sin acudir a su trabajo. Los restos que se pretenden transportar desde Cuelgamuros a Mingorrubio son los de un Jefe de Estado, y por ende, merecedores según nuestro protocolo a recibir honores oficiales. Resultaría paradójico que el profanador de su sepulcro se viera obligado a presidir, como presidente del Gobierno, el traslado de los huesos del profanado.
El objetivo de esta obsesión establecida por el odio no es otro que desacralizar el Valle de los Caídos, con el beneplácito de Su Santidad El Papa Francisco y el señor Arzobispo de Madrid, últimamente muy ocupado en contar el dinero obtenido por las Esclavas con la venta inmoral de unos terrenos y una iglesia donada para fines religiosos y no especulaciones inmobiliarias. Esa inmensa Cruz que se alza visible desde la distancia, es el objetivo final. La mujer de Sánchez desea crear en el Valle de los Caídos un parque temático, y Sánchez se lo prometió durante el desayuno en el Waldorf Astoria en el primero de los veintisiete viajes efectuados a Nueva York. «Lo que tú me pidas, Begoña, España te lo dará».
Felipe González, presidente socialista del Gobierno, manifestó que carecía de mérito derribar monumentos de Franco después de su fallecimiento. «Lo que no se atrevieron a hacer en vida del anterior Jefe del Estado, lo hacen cuando el bronce no puede defenderse». Y Napoleón Bonaparte, que en política internacional superó a Begoña Gómez, a Sánchez y a Carmen Calvo, lo dejó escrito: «Vengarse de un muerto es una cobardía. Desenterrar a un muerto que pertenece a la Historia es histerismo e impotencia. El desenterrador, si es valiente, tiene que estar presente en el acto siempre que pueda sostener la mirada vacía hacia la calavera».
«Los socialistas y comunistas durante la guerra fueron expertos maestros en profanar tumbas sin el aval del Tribunal Supremo» «Esa inmensa Cruz que se alza visible desde la distancia, es el objetivo final»
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