Opinión

Emigrantes

Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo aún pocos pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa». Estas son las palabras que Abraham, según el libro del Deuteronomio ( 26,5) debía pronunciar ante Yahvé su Dios.

Todas las religiones abrahámicas –los tres monoteísmos existentes– deben pues reconocer su origen migratorio y considerar como historia propia el libro del Éxodo que narra la huida de Egipto del pueblo de Israel camino de la tierra prometida. El mismo Jesús con sus padres María y José tuvo que emigrar a Egipto para escapar a la persecución de Herodes.

Me extraña por eso que algunos consideran que Francisco «exagera» cuando ha hecho del fenómeno de las migraciones un tema preferente de su predicación. Está cumpliendo al pie de la letra el ABC del cristianismo. Lo ha recordado ayer domingo durante la celebración con una solemne Misa en la Plaza de San Pedro de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado por él establecida y que lleva este año como lema «No se trata sólo de migrantes».

«Como cristianos –dijo en su homilía– no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quienes no pertenecen a ‘‘nuestro’’ grupo. No podemos permanecer insensibles con el corazón anestesiado ante la miseria de tantas personas inocentes. No podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar».

Según datos recientes de las Naciones Unidas hoy hay en el mundo setenta millones de migrantes aunque su cifra se reduzca porque algunos de ellos perecen en la búsqueda de su tierra prometida.