Opinión

Conejo magnicida

Un diputado de Podemos –ex diputado en la actual situación de parálisis parlamentaria–, que dice llamarse Enrique Santiago, ha reconocido sus deseos de asesinar al Rey, en una entrevista publicada por una cosa que dice ser una revista con la cabecera de «Mongolia». La fiscalía calla porque el fin de semana es sagrado y resulta harto engorroso trabajar. He analizado el físico del proyecto de magnicida, y me temo que lo pasaría mal durante el trayecto desde la puerta principal de La Zarzuela a los entornos del palacete del mismo nombre. Su aspecto, entre el de un conejo y un meloncillo, podría pasar de-sapercibido a los centinelas de la Guardia Real, pero no a los perros adiestrados con fines de seguridad. El conejo, de la familia de los logomorfos, provoca en los perros un deseo atávico de mutilación. Y los meloncillos, del grupo de los vivérridos, primos hermanos de las mangostas y las civetas, indignan a los cánidos. Por su reducido tamaño, el proyecto de magnicida, saltando de mata en mata y de encina en encina podría alcanzar el hogar de los Reyes en seis horas, aproximadamente, tiempo excesivo para no ser olfateado por un pastor alemán o un labrador de la Guardia Real.

La declaración textual emitida por el conejo-meloncillo con horizonte magnicida es como sigue: «Si en España, se dieran las mismas condiciones que en la Rusia de 1917, yo iría mañana al Palacio de La Zarzuela y haría lo mismo que Lenin le hizo al Zar Nicolás II». Es decir, asesinarlo con toda su familia, la Zarina, el Zarevich y sus guapísimas hijas las Archiduquesas, que después de ser tiroteados merecieron el honor de sentirse rematados a culatazos por los valientes revolucionarios soviéticos. Como haría el conejo con mezcla de meloncillo.

Hoy, menos para los grandes ignorantes de la Historia y los soñadores de ríos de sangre, Lenin no es otra cosa que una momia convertida en atractivo turístico. De su vida, ya se sabe su vinculación estrecha con la barbarie, el crimen y el genocidio. El logomorfo mezclado con vivérrido, ha reconocido en público que de darse las mismas condiciones en la España de hoy que en la Rusia de 1917 –¿Resulta posible mayor majadería?–, se presentaría en La Zarzuela y asesinaría –u ordenaría asesinar, que figura de valiente no aparenta–, al Rey, a la Reina, a la Princesa de Asturias, a la Infanta Sofía, al Rey Juan Carlos I y a la Reina Sofía. Demasiadas cuerdas para un violín estropeado. Claro, que el gusto de los podemitas por las ejecuciones aumenta en su gozo día tras día. Ya dijo Irene Montero que los recortes a la Corona conllevarían el uso de la guillotina, y Pablo Iglesias termina de reconocer su amistad con los miembros de un grupete musical que desea decapitar o guillotinar el cuello de Cayetana Álvarez de Toledo «porque lo está pidiendo». A Iglesias le parece divertido.

Para mí, y para millones de españoles pasmados por determinadas indolencias, resulta incomprensible que no haya sido capturado el conejo-meloncillo que se ha reconocido dispuesto, siempre con la ayuda necesaria, a asesinar a la Familia Real. El resto de sus manifestaciones carece de importancia. Se recrea en los tópicos y lugares comunes de la izquierda más imbécil –débil–, elogiando a Maduro, al régimen cubano, y demás sistemas supervivientes del comunismo, que al fin el Parlamento Europeo, a pesar de los votos contrarios de socialistas, populistas y verdes, ha equiparado con el nazismo, lo cual es una injusticia, porque los horrendos crímenes de los nazis no llegan ni al diez por ciento de los horrendos crímenes del comunismo. No termino de comprender el silencio del fiscal ante las palabras de un ex diputado de Podemos que no manifiesta una opinión o un deseo, sino la decisión de asesinar a la Familia Real si se dieran circunstancias coincidentes con la revolución bolchevique, que de ahí no se han movido.

Sean revisadas una por una las madrigueras en la dehesa de La Zarzuela y campos colindantes del Monte de El Pardo. Con perros y hurones es complicado que el logomorfo pase inadvertido. Ya que la Fiscalía permanece muda, que al menos se oigan los ladridos de los perros anunciando bichejo a la vista.