Opinión

Lo peor de cada cosa

Muchos españoles «de a pie» exclaman estos días ¡qué cosas pasan en Cataluña¡ La sentencia condenatoria de los inculpados por lo sucedido en aquella región, principalmente entre el 1 y el 27 de octubre de 2017, ha venido a demostrar, una vez más, que el Derecho no es aritmética y que la Justicia es una construcción hermeneútica. A ello se une el peso de las circunstancias que rodean tanto los hechos juzgados como la actuación de los jueces. Aunque el respeto a las decisiones de los tribunales, encargados de aplicar las leyes, sea uno de los fundamentos de la convivencia democrática, gusten aquéllas poco, mucho o nada, resulta inevitable que se perciban de una u otra forma, y a partir de ahí se generen diferentes reacciones. Sobre todo cuando la calificación final de los hechos juzgados no concuerda con la percepción de lo ocurrido, por lo menos en gran parte de la población. Más aún cuando las penas impuestas se comparan con las emanadas de la misma Sala, a propósito de otros casos de entidad mucho menos grave.

En esta coyuntura resulta especialmente complicada la interpretación de la norma para adecuarla a la realidad, o a la viceversa. Produce además efectos colaterales indeseables sobre otras instituciones del Estado, si éstas ya se han manifestado a propósito de lo acontecido, no tanto en términos jurídicos como sí políticos y, a la par, no logra el menor impacto positivo en otros ámbitos. Por lo demás para el independentismo visceral, hubiera sido lo mismo una condena por rebelión, incluso la absolución, porque en este caso, quedarían de inmediato legitimados para tornar ho a fer, que es lo que anuncian que harán en cualquier supuesto. Esperar que Torra y sus corifeos aprendan algo del ejercicio pedagógico que se propone en la sentencia, respecto al Estado de Derecho, a la ley y a su observancia obligatoria es un ejercicio puramente retórico.

Cuanto sucede hoy en Cataluña en su vertiente más llamativa, es producto de la ignorancia, instrumentalizada al servicio de unos intereses bastardos, con la complicidad de quienes han tenido y tienen el deber de evitarlo. Ignorancia, no a la manera socrática o en el terreno de las reflexiones de Kant, Schopenhauer, Popper … y tantos otros. Ignorancia propia de la sociedad de la ignorancia en la que vivimos. Ignorancia no solo como ausencia de conocimiento, sino como un estado negativo frente a cualquier posibilidad o interés de comprender nada. Un espacio en el que conviven, curiosamente, la abulia, la indiferencia y las reacciones espasmódicas de manera ocasional, en forma violenta. Un reducto en el que la emoción no deja el menor lugar a la razón.

Así pues lo peor de esa cosa llamada sentencia es que no se cumpliera, lo que haría irreconducible la situación por estos cauces. Todo apunta a que así ocurrirá, teniendo en cuenta que hemos encargado su cumplimiento al cabeza de la banda. Mientras este mismo sujeto impulsa a sus «atorrantes intelectuales» a la violencia, en un grado que si parece corresponder a una rebelión. En las calles se cuentan ya muchas decenas de heridos e importantes daños materiales. La población en general se ve imposibilitada de vivir en libertad. La incomodidad va dejando paso al temor, cada día mayor, y las imágenes de las calles de Barcelona parecen un campo de batalla. Ofrecemos al mundo un espectáculo denigrante. Pero lo peor de esta cosa sería que se produjera alguna víctima mortal. Esperamos y deseamos que no. ¿Todos? Por el momento el fallecido en el aeropuerto del Prat intentarán no imputárselo a nadie.

El ejercicio protagonizado por el presidente de la Generalidad, ejerciendo como jefe e instigador de los violentos y, a la vez, de las fuerzas del orden que deben reducir esa misma violencia, es realmente kafkiano. Ni Nerón hubiera imaginado un juego tan perversamente excitante. Quemar Barcelona y al mismo tiempo mandar a los bomberos para evitarlo, resulta «genial». Lo peor de esta cosa es que aquellos a los que corresponde en última instancia la obligación de evitarlo siguen pensando en lo suyo; es decir, en las elecciones. ¿Y lo demás …?

Torra que ni siquiera sabe que sólo puede jugar en una liga menor de supremacistas, pues el dueño de la patente, un tal Arana, dejó dicho que Cataluña no puede ser una nación, porque aunque tuviera cultura y lengua no tenía raza; ha demostrado ser capaz de cualquier cosa. Casi siempre la peor. ¿Pero también hemos de aguardar lo mismo de los políticos españoles en general?

¡Qué cosas pasan en Cataluña! Y lo peor de todo es que la sensación de hartazgo que va tomando cuerpo en muchos ciudadanos, ante lo que constituye la más grave crisis de la historia española en las últimas décadas, acabe por traducirse en el resto del país en algún grado de indiferencia. El hastío, la náusea, que generan los acontecimientos en una parte de España, no debe llevarnos a olvidar la causa que los provoca, sino a corregirla. Porque si consideramos lo que allí ocurre como un asunto de los catalanes, lo peor de esta cosa es que estaríamos dando alas al independentismo, que postula la ruptura de la soberanía nacional. Vivimos momentos decisivos ante los que no caben flaquezas. En mayor o menor medida todos somos responsables de lo que ocurre.