Opinión

Mata Hari

El pasado 15 de octubre se cumplió el 102 aniversario del fusilamiento de la bailarina «Mata Hari» en Vincennes, cerca de París, declarada culpable de espionaje y de alta traición a favor de los alemanes, con acusaciones basadas en hipótesis no probadas. Su cuerpo se disecó y fue empleado para el aprendizaje de anatomía en la Facultad de Medicina Francesa, y su cabeza, embalsamada, se exhibió como trofeo de guerra en el Museo de Criminales de Francia, hasta que desapareció en 1958. Margaretha Geertruida Zelle nació en Leeuwarden, en los Países Bajos en 1876, casada con un oficial británico se instaló en Indonesia, entonces colonia holandesa, quedando fascinada por las danzas javanesas, forjando una nueva identidad como la bailarina erótica «Mata Hari», siendo la cortesana más famosa de la época y con acceso a muchos secretos por las confidencias logradas en su alcoba.
Sara Jordà Guanter nació en Figueres en 1895, en el seno de una familia católica y republicana, extraña mezcla en una España polarizada, y con un acendrado amor a España. Volcada en actividades caritativas y de ayuda social a los más pobres, al inicio de la guerra civil se integró en «Socorro Blanco», una asociación de espías a favor de la España nacional y que luchaban contra el régimen de terror de Lluís Companys. Organizó una enorme trama de ayuda a perseguidos y salvó de la muerte a cientos de catalanes al infiltrarse en centros oficiales de Girona para obtener documentación falsa, las firmas y sellos necesarios para organizar expediciones de huida a Francia.
Descubierta la red de espionaje, Sara fue detenida y torturada salvajemente por Julián Grimau. Un testigo de las torturas, Nicolás Riera, testificó posteriormente en el juicio sobre el torturador: «Sobre Grimau concretamente, debo manifestar que desde el primer momento demostró una vileza y una degeneración absolutas con doña Sara Jordá. Empleaba el tal Grimau un dispositivo eléctrico acoplado a una silla. Usaba también una cuerda de violín o de violonchelo puesta en un arco de violín, que provocaba, aplicada sobre la garganta del interrogado, una agobiante asfixia que enloquecía al torturado».
El 21 de junio de 1938 Lluís Companys, como presidente de la Generalitat, firmó la sentencia de muerte de Sara Jordà, atendiendo a las certificaciones que se le entregaron del «Tribunal d´espionatge i Alta traició de Catalunya», promovidas por la Conselleria de Justicia de la Generalitat de Catalunya. Sería fusilada en el castillo de Montjuic el 11 de agosto de 1938, junto con su prima Joaquima Sot Delclós, las enfermeras Catalina Viader, Carme Vidal, Rosa Fortuny, Maria Gil y otros 57 hombres.
El director del periódico «L´Independant», el embajador francés y el cónsul británico contactaron con Lluís Companys para que no firmase la sentencia de muerte de Sara, en un intento desesperado de lograr su indulto. El presidente Companys contestó: «Para los traidores no hay piedad».
El 15 de octubre de 1940, el president Lluís Companys fue fusilado, acusado de miles de crímenes. Para Sara Jordà no hubo piedad, nuestra catalana Mata Hari.