Opinión

Semana encendida, mundo turbulento

Pedro Sánchez, todo bien calculado porque también todo es campaña electoral, estuvo ayer en Barcelona. Visitó a los policías heridos –¿qué hubiera ocurrido si un violento estuviera en el hospital muy grave?– para escenificar un cierto liderazgo. La sentencia de Marchena liquida el «procés», pero por una vez la realidad ha truncado los planes de los estrategas de la Moncloa. Imaginaron un escenario con una cierta crisis, en el que el Gobierno de Sánchez iba a llevar la voz cantante y transmitir la sensación de que es el único capaz de enderezar «la cuestión catalana». El poeta y político Alphonse de Lamartine (1790-1869) decía que «el radicalismo no es más que la desesperación de la lógica» y el radicalismo violento, tolerado o comprendido desde Torra hasta Colau, ha colocado en una situación extrema al líder del PSOE. El socialista, a pocos días ya de las elecciones, sufre presiones –internas y externas– para que adopte algún tipo de medidas excepcionales, lo que no significa que tenga que ser la aplicación del articulo 155 o la Ley de Seguridad Nacional. Bastaría algo llamativo y contundente, que enviara la señal –a su clientela más desconcertada– de que el Gobierno actúa sin complejos. Todo eso, claro, complicaría el futuro tras el 10-N, en el que Sánchez –vía Miquel Iceta– tendría más que avanzado algún tipo de pacto con la ERC de Junqueras, Aragonés y también Rufián. En la Moncloa, con Carmen Calvo, que espera lucirse ese día, confían en que la exhumación de Franco arrase en los telediarios y relegue a la «kale borroka» catalana, pero un cierto tembleque sobrevuela el estado mayor electoral socialista, pendiente de que la próxima encuesta del CIS de Tezanos insufle optimismo.

El economista y analista Juan Ignacio Crespo recuerda que Peter Ustinov, actor, escritor, dramaturgo, explicaba que «las revoluciones nunca han triunfado a menos que el establishment les haya hecho tres cuartas partes del trabajo». Es difícil encontrar una explicación mejor y más sucinta para la pasada «semana encendida» de Barcelona, que no llegó a la «trágica» de recuerdo infausto que algunos perseguían. Sin el «establishment» del Govern y de su entorno los disturbios de estos días hubieran durado un suspiro. Siempre los ha habido, en todas las democracias. La diferencia es que en Cataluña ha existido alguna complicidad de los gobernantes. Mientras tanto, a nadie parece importarle el cierre –los días de las revueltas– de la fábrica de Seat en Martorell, que la empresa ya barajó trasladar fuera de Barcelona. Sería un desastre para el tejido industria y costaría decenas de miles de empleos. Al mismo tiempo, El FMI en Washington, en donde no se habló de Cataluña –sí en foros paralelos, en los que la ministra Calviño defendió bien a España–, advierte de los peligros de un «mundo turbulento».