Opinión
El arte de copiar
En el colegio todos hemos copiado a un compañero, si éste se contaba entre los generosos de la clase. Otros, colocaban el brazo de tal manera que era imposible seguir su examen, y el profesor terminaba por sospechar y procedía a expulsarte del aula, con un suspenso garantizado. Había maestros en confeccionar chuletas. Pero el castigo por copiar –y me refiero a mi primer colegio, Nuestra Señora del Pilar en la calle Castelló de Madrid–, no era negociable. Suspenso y nos veremos en septiembre.
En mi segundo colegio, el Alameda de Osuna de don José Garrido, preceptor del Rey Juan Carlos I y su hermano el Infante Don Alfonso, nadie vigilaba los exámenes. Se trataba de una cuestión de honor. –Ustedes son ya mayorcitos para saber que copiar es un acto de deshonra, una mentira cuyos engañados son ustedes mismos–. Mi profesor de casi todo, el inolvidado don Santiago Amón, era el titular de latín, pero nos completaba las lecciones de Griego, Literatura, Música, Poesía, Teatro, Toros, Deportes, Ética y Estética. En 5º de Bachillerato, nos informó a sus alumnos de Letras el primer día del curso. –Están todos ustedes aprobados. Por la nota final no se preocupen. Pero sí deben preocuparse si han elegido Letras y no les interesa el latín. En tal caso, aunque al final los apruebe, tendrán presente que son un atajo de imbéciles–. Y todos nos volcamos con el latín, especialmente con Virgilio, el primer poeta de la metáfora.
Copiar y plagiar es una deshonra. Tenemos pues, un Presidente del Gobierno deshonroso, que se ha hartado a copiar, plagiar y fusilar en su tesis doctoral. Pero le importa un bledo. Carece de vergüenza. Como el Presidente del Senado, Manuel Cruz, que ha copiado y plagiado con extraordinaria efectividad. Hasta premios literarios ha recibido con evidente desfachatez. La escritora Julia Maura escribía de cuando en cuando alguna «Tercera» de ABC. Lo hacía por ella un escritor que, a cambio de someros sobres de dinero, escribía sus artículos. Se llamaba Martínez-Remis, y le pidió un aumento de sueldo. Julia Maura era reacia a ese tipo de aumentos y rechazó la petición. Martínez-Remis, no obstante, siguió colaborando con la falsa escritora. Y siendo Director de ABC el gran Luis Calvo, mientras leía el artículo enviado por Julia Maura, notó algo raro. –Esto ya lo he leído–. Tenía una memoria descomunal, y halló el texto. La «Tercera» de ABC se dividió en dos columnas aquella mañana. La primera se titulaba «Lo que escribió Oscar Wilde», y la segunda «Lo que escribe Julia Maura». Martínez-Remis se vengó y copió literalmente un texto de Oscar Wilde firmado por Julia Maura.
Me preocupa que el Presidente del Gobierno, aunque sea en funciones, y el Presidente del Senado, Manuel Cruz, sean dos despreocupados copiones que abusan del talento exterior para alimentar su interior vanidad de doctores y escritores. El primero es muy posible que deje de ser doctor en los próximos meses. Pero el caso de Manuel Cruz me desazona. Y no le deseo mal alguno. Para ello, me dispongo a recomendarle que su próximo ensayo, o novela, la principie con un texto inédito, de muy difícil localización plagiaria. He elegido un par de textos que podrían servirle sin llevarlo a los abismos del ridículo, y me he tomado la libertad de elegir uno de ellos. Así puede iniciar Manuel Cruz su próxima obra: «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino»…
Como primer párrafo no está mal, Cruz. Ahora hay que desarrollar la novela, y sinceramente, me ha cansado escribir para usted.
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