Opinión
Atrocidad
Hoy, jueves, se cumplirá la heroica acción del Gobierno Sánchez de derrotar a un cadáver con cuarenta años de edad. Creo que en la larga, grandiosa y en ocasiones dolorosa Historia de España, no se había visto acción tan limítrofe con la epopeya como la que en el día de hoy se culmina. Por otra parte, el cuerpo sin vida de quien falleció cuarenta años atrás, será exhumado del Valle de los Caídos e inhumado en el cementerio de Mingorrubio, el Pardo, sin recibir ninguna suerte de honores. En vida, ese cuerpo fue habitado por un Jefe del Estado, un general con luces y sombras que impuso en España un régimen totalitario después de vencer en la Guerra Civil. De haber perdido en la Guerra, España hubiera padecido una dictadura estalinista. El Gobierno heroico de Sánchez ha prohibido que el féretro del General derrotado en la muerte, no se cubra con la Bandera. Dicen los analfabetos de las cadenas millonarias que la medida se justifica porque el escudo que lucía la Bandera de España en tiempos del franquismo es anterior a la promulgación de la Constitución Española del año 1978. Tan anterior, que el ejemplar de la Constitución que rubricó el Rey Don Juan Carlos I, y las primeras ediciones de la Constitución Española de 1978, las preside el escudo de España con el águila de San Juan, rebajada de rango por los analfabetos al empleo de «Gallina».
El Águila de San Juan y el yugo y las flechas tienen su origen en los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, pero España está siendo diariamente informada por unos gilipollas ignaros que no han abierto un libro de Historia en su vida. Comprueben el ejemplar de la Constitución que se exhibe en el Congreso de los Diputados, y se apercibirán de que el Escudo de la Bandera vigente, cuando se promulgó la Constitución, era el del Águila de San Juan de los Reyes Católicos o el de la Gallina de los resentidos iletrados. No obstante, a mí lo que me importa es la Bandera, los colores de la Bandera que Carlos III aprobó para su Armada inspirándose en la Señera del Reino de Aragón e Isabel II reafirmó como Bandera de todos los españoles, que también lo fue durante el primer período republicano, sustituyendo la Corona Real por la Mural. De haber perdido el Ejército Nacional la Guerra Civil, tendríamos que haber soportado la horterísima tricolor con cinco años de Historia y vigencia. Y si no la tricolor, la Roja con la hoz y el martillo que representa el sistema más criminal de la Historia de la humanidad. Pero vuelvo a lo de hoy.
Las fuerzas del Orden Público que Sánchez no envió a Barcelona en apoyo de los policías nacionales, guardias civiles y mozos de escuadra que tuvieron que soportar cinco días y cinco noches de agresiones, vejaciones, pedradas, e insultos de los señoritos del Ensanche, hoy se multiplicarán para que un fallecido hace cuarenta años no abandone su ataúd en protesta por su traslado. Y me permito escribir que su protesta estaría plenamente justificada si nos atenemos a la noticia que uno de los corresponsales de la Uno de Televisión Española nos ofreció durante el día de ayer. Aunque su influencia haya perdido fuerza y millones de españoles abandonado, por falta de seriedad el seguimiento del Telediario, todavía restan muchos que por comodidad siguen los acontecimientos acaecidos en España a través del informativo de la televisión al mando de la comisaria política Mateo. Y la noticia se me antojó de una atrocidad que supera los espacios de la crueldad más absoluta. No sólo maltratan los huesos de quien no tiene capacidad de defenderse, sino que le obligan a descansar junto a seres nada deseables para el sosiego eterno. Porque el periodista Ángel Pons lo dejó claro, diáfano y transparente: «Franco estará en el Panteón al lado de su mujer, Carmen Calvo».
Eso no. Ni el mayor enemigo de Franco desearía para los restos mortales de Franco semejante compañía. Creo que lo de desenterrar muertos y llevarlos a otro lugar con el permiso de la Iglesia Católica, que sobrevivió en España gracias al enterrado, desenterrado y vuelto a enterrar –más de 10.000 religiosos salvaron la vida que no pudieron mantener los 7.000 sacerdotes y monjas asesinados por los republicanos–, es un ejercicio del peor gusto y el rencor más rastrero. Y es más. No asistirá al nuevo sepelio ningún representante del Fútbol Club Barcelona, al que Franco salvó de su quiebra y desaparición. Todo es feo, a pesar de la heroicidad de la acción. Pero obligar a Franco a descansar en Mingorrubio al lado de Carmen Calvo, sinceramente y excusen el uso del lenguaje de la calle, me parece una cabronada. A Franco le habría gustado descansar al lado de su mujer, Carmen Polo, pero no de Carmen Calvo, que además, todavía no ha entregado su alma a Pixie y Dixie.
Una cosa es la injusticia y otra la obcecación alevosa en la atrocidad. El becqueriano “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!” en el caso del General Franco es un consuelo. Mejor sólo que terriblemente acompañado.
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