Opinión

Opinión pública

En la conferencia de prensa final del Sínodo Amazónico el 90% de las preguntas se centró en tres temas: la ordenación sacerdotal de casados, el acceso de la mujer al diaconado o a otras formas de ministerio pastoral y la posible creación de un rito amazónico que permitiría a esas iglesias tener su propio patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y disciplinar. Imagino que el Papa haya experimentado una cierta decepción porque poco antes, en su discurso de clausura, nos había invitado a a detenernos sobre todo en «los diagnósticos, que es la parte pesada, que es la parte realmente donde el Sínodo se expresó mejor». A pesar de esa llamada mis colegas se concentraron, de modo muy especial, «en las pequeñas cosas disciplinares» y esas son las que han ocupado los titulares. No es un hecho aislado sino algo que se repite con frecuencia. En parte –hay que reconocerlo– por la pereza de los periodistas que a veces nos centramos en el detalle para ahorrarnos el esfuerzo de un estudio profundo de la cosa. Ese peligro se ha acentuado aún más con el uso masivo de las redes sociales que exigen períodos cortos, frases de impacto, simplificaciones que a veces llegan hasta la caricatura. Pero la institución eclesial no está exenta de cierta responsabilidad. Para los que seguimos desde hace muchos años la información que da de sí misma la Santa Sede sabemos hasta qué punto es insuficiente y, en algunos momentos, inexistente. Es cierto que como cualquier otra realidad de sus dimensiones y por la delicadeza de algunos de los temas que trata la Iglesia esta no puede a veces dar informaciones exhaustivas y en el momento más oportuno. Pero no siempre es así: hay una reserva de fondo hacia la información, un miedo casi irracional a abrir ventanas y puertas sin ninguna otra razón que el prejuicio y la desconfianza. Los resultados, por lo tanto, son los que son y poco vale lamentarse. Hay que reaccionar y hacer mejor las cosas.