Opinión
Archivo secreto
Así se llamaba hasta hace unos días el Archivo Secreto Vaticano una institución cuyos orígenes se remontan al pontificado de Inocencio III siglos XII y XIII) y su historia está salpicada de numerosos incidentes como su traslado forzoso a Avignon o la orden de Napoleón de transferirlo a París.
Sus 150.000 documentos ocupan estanterías de varios kilómetros y contiene documentos sorprendentes. Por citar un solo ejemplo los sonetos que Enrique VIII de Inglaterra escribía a su amante Ana Bolena y que fueron robados por los espías del Papa como prueba contra el monarca adúltero.
Ya León XIII, en el 1881, resistiendo innumerables presiones internas permitió una apertura del Archivo para que pudieran consultarlo estudiosos de todo el mundo. Los sucesivos Papas han ampliado la facultad de acudir a tan precioso patrimonio y hoy son decenas de personas las que acuden cada día al patio del Belvedere donde tiene su sede.
Ahora el Papa Francisco, partidario de una mayor transparencia, ha decidido cambiar el adjetivo y el Archivo ya no se llamará secreto sino apostólico y todos sus documentos podrán ser consultados. Bueno, no todos porque, por ejemplo, las actas de los Cónclaves o los procesos para el nombramiento de Obispos y las actas de las causas matrimoniales seguirán cubiertas por el secreto.
«El Archivo como la Biblioteca Apostólica –ha escrito el archivero y bibliotecario de la Iglesia el Cardenal portugués José Tolentino– no son una joya o un lujo del pasado sino un recurso para el futuro ,para comprender e interpretar la historia de los hombres de la que son un espejo fiel e incomparable».
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