Opinión

Los indecisos

Desde luego, no hay como bautizar una cosa para empezar a desconocerla. Tranquilizados por haber dado nombre a cualquier fenómeno nuevo, los seres humanos nos despreocupamos de él y dejamos de fijarnos en sus detalles. Siguiendo esa línea, la palabra que hemos encontrado últimamente para nombrar a todos los votos que no sabemos donde van a ir a parar el próximo domingo es la palabra «indecisos».

Ahora bien, ustedes conocen a las gentes de este país tan bien como yo. ¿En serio creemos que hay un montón tan amplio de personas (con lo impacientes que somos en esta geografía) que aún no se ha decidido? Yo creo que los llamados indecisos lo que ya han decidido es a quién NO van a votar. Y también, probablemente, no les apetece nada decirse sus ocultos deseos de voto ni a sí mismos, ni aún menos a los indiscretos sondeos que vienen a preguntarles. Quizá porque les da un poco de vergüenza reconocer inclinaciones que en general tiene modernamente mala prensa, sea el miedo, el castigo o la abstinencia.

El voto del miedo no es lo mismo que el voto de castigo y ambos se diferencian también de la decepción y el hartazgo que lleva a la negativa de participar. En esas tres opciones se resolverá el domingo el voto que por ahora ha decidido mantenerse oculto. Lo cual, como mínimo, habrá que reconocerle que añade suspense a unas elecciones ya de por sí misteriosas. Porque si ya era difícil saber cómo formar gobierno conociendo las cifras de votantes de abril, no les digo ya con las inciertas cifras de los mismos votantes puestas de otra manera ahora mismo de cara a esta próxima cita. Lo que esta claro es que, con todo este contexto, indecisos suena un poco faltón. Tiene resonancias de pusilánime, de dubitativo, de no saber lo que se quiere. No hemos tenido la gentileza de probar con «escéptico», ni con «reflexivo», ni con «mago del suspense», expresión que, sin embargo, no dudamos ni un segundo en atribuir a Hitchcock para llamarle genio.

Un poco de respeto para el voto oculto, por favor. Incluso aunque la ocultación proceda de estarse engañando a uno mismo. Gracias a él vamos a tener, al menos, un poco de emoción en esta tediosa, absurda y malgastada repetición electoral.