Opinión
Jesuitas
La Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola en 1540, ha tenido una historia gloriosa no exenta, sin embargo, de convulsiones; la más violenta de todas su supresión en 1773 por orden de Clemente XIV presionado por los monarcas católicos de entonces, entre ellos Carlos III que los había expulsado de la corona española seis años antes.
Providencialmente acogidos en Rusia 1814 el Papa Pío VII la restableció y los jesuitas pudieron volver a Roma. Hoy siguen siendo la orden religiosa masculina más numerosa y la más influyente gracias a su impresionante presencia en la educación con sus numerosas Universidades en diversos continentes y su acción evangelizadora.
El Concilio Vaticano II supuso para la Compañía de Jesús un imponente cambio de rumbo que, por desgracia, fue acompañado por numerosas deserciones. Protagonista de ese período fue el padre Pedro Arrupe elegido Prepósito General el 22 de mayo de 1965 y fallecido en Roma el 3 de septiembre de 1983. Su generalato reformador fue mal comprendido en Roma; Juan Pablo II y su entorno le sometió a duras pruebas. Hace unos meses ha sido introducido el proceso de su beatificación. Fue Arrupe quien fundó el Secretariado para el Apostolado Social y la semana pasada se han celebrado en la Curia Generalicia de Borgo Santo Spirito los cincuenta años de su iniciativa hoy asimilada como una de las prioridades evangélicas de los jesuitas. Así lo reconoció su sucesor el venezolano Arturo Sosa quien ha pedido a sus hermanos decisiones audaces para hacer frente a los retos de un mundo desquiciado por las desigualdades y los desafíos de un secularismo dominante y de una insolidaridad global.
Ni que decir tiene que el Papa Francisco sostiene sin reservas esta orientación y les ha exhortado a empeñarse con todas sus fuerzas en esta batalla por la paz y la reconciliación.
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