Opinión

La crucial decisión de Inés Arrimadas

Albert Rivera ya es pasado. Es probable que ni tan siquiera ocupe un pie de página en la historia. «A veces echamos a perder lo bueno por esforzarnos en lo mejor», le hace decir Shakespeare al Rey Lear. El ex líder de Ciudadanos creyó que podía suceder a Rajoy en La Moncloa, pero fracasó. Luego, rechazó negociar una Vicepresidencia con Sánchez porque quería arrebatar a Casado el liderazgo del centro derecha. Inés Arrimadas, su teórica sucesora, deshoja la margarita de si le compensa encabezar un partido con un futuro muy incierto. La mujer que ganó unas elecciones catalanas habría expresado –según personas de su confianza– sus dudas sobre seguir en política o dar el salto al sector privado, en donde sería bien acogida, además de concentrarse en otros planes personales. La retirada de Arrimadas constituiría el principio del fin de un partido víctima de los vaivenes de su líder. Ignacio Aguado, vicepresidente de la Comunidad de Madrid, tendría una oportunidad de suceder a Rivera y siempre podría ser un liquidador eficaz.

Pedro Sánchez, que ha encajado regular unos resultados muy pobres para los socialistas, sueña con el apoyo de Cs para la investidura. Le permitiría no depender de los independentistas. Luego, asentado en La Moncloa, jugaría con los votos de unos y otros para aprobar leyes. Es muy difícil que Cs, tenga el líder que tenga, vote a favor de Sánchez. No obstante, en un partido en proceso de descomposición, existe una remota posibilidad. Pasaría por una división entre sus 10 diputados y que algunos votaran a favor de Sánchez y otros se abstuvieran. Los primeros, antes o después, encontrarían algún acomodo alrededor del PSOE y los segundos también tendrían un hueco en el PP. El futuro de lo que queda de Cs es la desintegración y que un PP generoso acoja a varios de sus líderes y atraiga a sus votantes. Sánchez, con Vox pujante, también quiere un PP sólido, pero sin pasarse. Abascal es útil para la izquierda como espantajo, pero no es un peligro real. El índice de rechazo de Vox es tan enorme, más allá de sus fieles –como ocurría con Fraga–, que le cierra las puertas de una victoria electoral. No habrá terceras elecciones, porque Sánchez teme que muchos de los 1,63 millones de votos de Cs vayan al PP o se queden en casa. Ambas posibilidades le perjudican. Por eso, el líder del PSOE, con o sin la abstención y/o apoyo parcial de lo que queda de Cs o de los «indepes», se apalancará en La Moncloa. Luego gobernará como quiera, con Podemos a su lado. Podrá hacerlo a la portuguesa, con políticas de izquierdas pero viables, o con una disparatada vía neo-peronista al gusto de Iglesias. Ahora, la decisión de Arrimadas es capital, porque de ella depende que la agonía del partido naranja sea más o menos larga y que el centro derecha se reagrupe en torno a Casado y avance en su travesía del desierto hacia La Moncloa.