Opinión

Calviño y la prueba del algodón

Nadia Calviño, como adelantó Pedro Sánchez en el debate electoral televisado, será vicepresidenta económica en el nuevo Gobierno. Será una vicepresidencia, más o menos atípica, alumbrada con el único objetivo de que los responsables de la Unión Europea crean que la política económica española no discurrirá por derroteros descarriados y que, en definitiva, no se aplicarán las recetas que desearía, por ejemplo, Pablo Iglesias, que también será vicepresidente. Hay precedentes asimilables y no son tranquilizadores. Pedro Solbes, en tiempos de Zapatero, también detentó una vicepresidencia económica, lo que no impidió la aplicación de una política suicida, que agravó la crisis en España. Solbes, Técnico Comercial del Estado, como Calviño, tenía fama de ortodoxo de su época en los últimos Gobiernos de Felipe González, pero carecía de cualquier relevancia política en las filas sociaslistas, algo que también le ocurre a la futura vicepresidenta, solo pendiente de que ERC, el partido de Junqueras, después de una serie de tiras y aflojas para la galería y su clientela más radical, apoye la investidura de Pedro Sánchez, algo que hará sin ninguna duda.
La inminente vicepresidencia de Calviño deja en el aire varias incógnitas. La primera es cuál será su verdadero margen de maniobra. La prueba del algodón, que no engaña, es si también será ministra de Hacienda o si esa cartera seguirá en manos de María Jesús Montero. En los Gobiernos, después del presidente, el poder lo tiene el titular de Hacienda. Hay ejemplo cercanos. Rodrigo Rato, en la segunda legislatura de Aznar, fue vicepresidente, pero perdió la cartera de Hacienda que recayó en Cristóbal Montoro. Fue el primer indicio de que Rato no sería el sucesor de Aznar. Montoro, tras la etapa Zapatero, no sería vicepresidente con Rajoy, pero volvería al Ministerio de Hacienda, mientras que la misión de Luis de Guindos, al frente de Economía, consistía en llevarse bien con las autoridades europeas, aunque el ahora vicepresidente del BCE vistiera muy bien su puesto. Ahora, la historia puede repetirse con Calviño, generar conflictos en el Gobierno y, a medio plazo, poner en peligro su prestigio en las instituciones europeas si no logra encauzar el déficit. Intentará cuadrar las cuentas y defenderá muy bien en Europa la posición española, pero si los gastos y los ingresos no dependen de ella –aunque admita que hay que subir los impuestos porque los españoles quieren más gasto– su misión será muy complicada, casi imposible. La prueba del algodón no engaña.