Opinión
La oportunidad perdida para reducir nuestra deuda
La deuda pública es uno de los grandes desequilibrios que todavía arrastramos de la pasada crisis económica. Si antes de 2008 contábamos con una ratio del 37% de pasivos estatales sobre el PIB, en la actualidad ese porcentaje roza el 98%. Lo peor de todo no es este estallido de nuestras obligaciones financieras, sino que a partir de 2014, cuando superamos la crisis y el crecimiento económico regresó, no aprovechamos el favorable contexto macroeconómico nacional y global para reducir el peso de nuestra deuda pública sobre el PIB. Un lustro después de que comenzáramos a expandirnos con fuerza, nuestra deuda pública sigue estancada en las proximidades del 100% del PIB. Un resultado que no puede calificarse más que como deplorable. A la postre, tal como acaba de recoger la AIReF en un estudio, el crecimiento económico acumulado entre 2014 y el tercer trimestre de 2019 ha contribuido a minorar nuestra ratio de deuda sobre PIB en 18 puntos. Al mismo tiempo, la política fiscal expansiva que han desarrollado nuestras administraciones públicas desde hace cinco años (es decir, el déficit público que nos hemos negado a reducir por cuanto no hemos querido poner en vereda nuestros gastos) ha incrementado ese mismo endeudamiento en 16 puntos de PIB. La consecuencia es que hemos perdido la oportunidad histórica de haber minorado el monto de nuestras obligaciones financieras a unos niveles por debajo del 80% del PIB: niveles altos pero manejables. Y lo que no hemos hecho en el pasado, nos tocará hacerlo en el futuro. La propia AIReF pronostica que existen tres posibles escenarios acerca de la evolución a largo plazo de nuestros pasivos estatales. Si los tipos de interés se mantienen en los niveles presentes y consiguiéramos acabar con el déficit presupuestario, el peso de nuestra deuda pública iría disminuyendo hasta el 60% del PIB a lo largo de los próximos 15 años. Si, en cambio, promoviéramos el reajuste de nuestro desequilibrio presupuestario, pero los tipos de interés regresaran a sus niveles medios históricos, sólo lograríamos rebajar la deuda pública hasta el 87% del PIB en los próximos 30 años. Y si, por último, el déficit público se mantuviera en sus niveles actuales y los tipos de interés regresaran a su media histórica, entonces nuestros pasivos estatales escalarían hasta el 133% del PIB a lo largo de las próximas tres décadas. Huelga decir que este último escenario no es excesivamente improbable, con un Gobierno PSOE-Podemos en ciernes. Resulta dudoso que el déficit público vaya a recortarse de un modo apreciable –al contrario, bien podría incrementar–, de manera que nuestra economía puede acabar en una explosión adicional de su deuda pública que ponga en cuestión nuestra misma solvencia. Los ejercicios de irresponsabilidad presentes son las muy caras hipotecas que pagaremos en el futuro.
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