Opinión

Desarme nuclear

Los que atacan a Francisco considerándole un innovador sin fundamento y un peligroso reformador olvidan o ignoran que en muchos casos el papa argentino no hace más que seguir el cauce marcado por sus predecesores.

Lo ha demostrado ayer domingo tronando en las ciudades mártires de Nagasaki e Hiroshima contra los arsenales nucleares, la fabricación, modernización, venta y, sobre todo, uso de las bombas atómicas. Como apoyo a su absoluta condena de estos terribles ingenios citó a San Juan XXIII que en su profética encíclica «Pacem in Terris», publicada en 1963, solicitó la prohibición de las armas atómicas. Cuatro años más tarde San Pablo II en la «Populorum Progressio» solicitó que los ingentes recursos dedicados a la fabricación de arsenales militares se destinase a crear un Fondo Mundial destinado a ayudar a los más necesitados del planeta.

Bergoglio esta vez no se ha refugiado en eufemismos ni equívocos juegos de palabras. «El uso de la energía atómica –ha dicho– con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen… el uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral». «El dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, mantenimiento y venta de armas son un atentado continuo que clama al cielo».

Son frases que no dejan lugar a dudas y que piden una respuesta colectiva y concertada a la amenaza de las armas nucleares. Si antes sólo las poseían las cinco grandes potencias –Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia y China– hoy están en manos de otros países, como la Corea del Norte, Pakistán e Irán, que alimentan un clima permanente de amenazas y provocaciones. Las consecuencias de un conflicto nuclear serían a nivel local y global mucho más devastadoras de cuanto pueda imaginarse.