Opinión

Hiroshima y Nagasaki

El 6 de agosto de 1945 el bombardero americano B2 Enola Gay lanzó una bomba atómica al uranio sobre la ciudad de Hiroshima; tres días más tarde Nagasaki fue arrasada con otra bomba atómica al plutonio. Los terroríficos hongos provocado por ambas explosiones se llevaron por delante centenares de miles de vidas humanas, en su inmensa mayoría hombres, mujeres y niños absolutamente inocentes.

Setenta y cuatro años después son dos florecientes y dinámicas ciudades pero que conservan el testimonio de haber sido las únicas castigadas por deflagraciones atómicas. Son cada vez menos los supervivientes de tan tamaña tragedia y sus testimonios son impresionantes: «Por la calle me encontré con personas que caminaban como fantasmas –contó Yoshiko Jajimoto una anciana de 88 años–, personas cuyos cuerpos estaban tan calcinados que no era posible saber si eran hombres o mujeres. Hiroshima se había convertido en un gigantesco horno crematorio».

Francisco visitó Nagasaki e Hiroshima el domingo 24 de noviembre y ese fue el momento culminante de su viaje a Japón. Aunque el Papa ya había condenado más de una vez el uso bélico de la energía nuclear esta vez sus palabras alcanzaron una dramaticidad excepcional al ser pronunciadas en el epicentro de las explosiones atómicas y en presencia de algunas de sus víctimas. «El uso de la energía atómica con fines de guerra –dijo– es hoy más que nunca un crimen no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común”. Por desgracia la hipótesis de una hecatombe nuclear no es del todo imposible.