Opinión

Nadia Calviño en la ratonera de Hamlet

Nadia Calviño, futura vicepresidenta, defiende que el Gobierno de Sánchez-Iglesias combinará la disciplina fiscal, la reducción del déficit y políticas sociales más ambiciosas. Lo repitió ayer en Barcelona y en una entrevista en el diario alemán «Die Welt». No aclara cómo resolverá un sudoku endiablado porque, además, ella no ve conflictos de política económica entre el PSOE y Unidas Podemos. También ayer, Pedro Sánchez, se autoconcedió uno de esos baños de líderes mundiales –de mayor o menor primera fila– que tanto le gustan. Una vez más fue hábil y agarró al vuelo la posibilidad de organizar la Cumbre Mundial del Clima, COP25, en Madrid. «La necesidad justifica la audacia», escribió Schiller y el líder socialista anda sobrado de ambas, encaramado a un tiovivo político, con diecisete partidos en danza, del que en alguna vuelta espera bajarse investido. Hoy, con la apertura del Congreso, principia una legislatura tan «incierta», como los viejos libros de texto explicaban que se presentaba el reinado del godo Witiza. Luego, sería quizá peor. Inés Arrimadas, que todavía no lidera nada, pero sí lo hace, porque es la cabeza visible de los diputados de Ciudadanos, huérfanos o liberados –según para quien– de Rivera, reclama una reunión tripartita con Sánchez y Casado para explorar un acuerdo de investidura que orille a Iglesias y todos los fantasmas –reales– que despierta. Un pacto PSOE-Cs, con 180 diputados podría haber evitado todo esto y ofrecido estabilidad al país, pero el líder naranja se perdió en sus delirios de grandeza y su herencia parlamentaria cabe en un minibús. «La política española es casi tan caótica como la británica», comentaba ayer MartinWolf, el prestigioso editor económico del «Financial Times», que teme las locuras de Boris Johnson y le espantan los planes socialista-autoritarios de Jeremy Corbyn, admirador de Hugo Chávez.

Sánchez, que ayer alcanzó el climax en la reunión con Nancy Pelosi, presidenta demócrata de la Cámara de Representante de los EEUU, archienemiga de Trump, deberá esperar al nuevo año para la investidura y, hasta entonces, mientras cocina un apoyo hasta cierto punto presentable con los indepes de ERC, pretende que Nadia Calviño tranquilice a los cada vez más preocupados actores de la economía. El dinero empieza a salir de España –y no es un secreto– porque la ahora piel de cordero de Iglesias no convence a nadie. Nadie duda de la intenciones ortodoxas de Nadia Calviño, pero la vicepresidenta recuerda a muchos al Hamlet que reescribre pasajes de «La ratonera» y hace decir al actor rey «Nuestras voluntades y nuestros sinos corren tan contrarios,/que nuestros planes pronto son derribados:/nuestros pensamientos son nuestros, sus finales nada tienen de nuestros». A Calviño puede ocurrirle lo mismo.