Opinión
Iglesias, el poder y la paciencia
Pablo Iglesias es, quizá, el líder de uno de los grandes partidos más leído, aunque Pablo Casado también sorprendería a más de uno. El líder de Podemos, que cita con la misma a Maquiavelo y a Gramsci, mientras que el dirigente popular prefiere a Hayek, sin duda ha sido lector, más o menos intenso, de Balzac. Es probable que no recuerde muchos detalles de «Eugenia Grandet», el novelón sobre la avaricia, pero parece haber asumido la reflexión de uno de los protagonistas: «Todo poder humano se forma de paciencia y de tiempo». Iglesias, mientras los árboles del independentismo ocultan bosques más frondosos, espera paciente entre Galapagar y Madrid y piensa en Francia. Ahora, su modelo, es François Mitterrand y sus primeros pasos cuando accedió a la Presidencia de la República francesa en 1981. «Es fundamental –escribió Iglesias en «Disputar la democracia»– que entendamos que ganar unas elecciones no significa, ni de lejos, ganar el poder». La victoria más amarga de Pedro Sánchez en las urnas, como la anterior, le permite al líder de Podemos empezar a «ganar el poder». En el mismo libro sintetiza las largas y enrevesadas negociaciones de los socialistas con los independentistas, entreveradas de sus propias disputas: «En política, como en los negocios, se trata con todo aquel que tenga la fuerza suficiente para tratar». Iglesias, el día después de las elecciones, tenía la fuerza suficiente para que Sánchez se entregara en los brazos de quien, semanas antes, no le dejaba dormir. Todo fue sencillo. El líder de Unidas Podemos, tras una terapia de paciencia, se deja querer y espera su momento, porque está convencido de que llegará, mientras Sánchez se desgasta ante la fuerza de los «indepes». Pablo Iglesias pretende hacerse con el poder desde el poder y, con paciencia, aspira a quedarse con la merienda de Sánchez. Rivera rechazó al principio la coalición con el PSOE por el ejemplo del liberal-británico Nick Clegg, que tras compartir Gobierno con Cameron fue barrido en las urnas. No percibió que el batacazo de Clegg fue consecuencia del sistema electoral mayoritario británico. A pesar de todo, cuando Rivera se ofreció a Sánchez ya era muy tarde y, además, el socialista nunca tuvo interés en esa vía porque estaba –y está– obsesionado con Iglesias. El líder de Podemos propone –y a algunos socialistas les suena bien– aplicar la política, de izquierda radical, nacionalizaciones incluidas, que eligió Mitterrand al inicio de su mandato, hasta que la desechó porque supuso un fracaso económico, con caída del franco y subida del paro. Iglesias, paciente, cree que ahora tiene remedio para esos problemas, que esa estrategia le dará votos y que los fracasos serán de Sánchez y los éxitos, suyos. Y no renuncia a nada, tampoco a sus convicciones republicanas. No lo oculta y en público es prudente, por ahora.
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