Opinión

Una 'venganza' severa pero controlada

Irán ha respondido con inusitada contundencia

al asesinato del general Qassem Suleimani ordenado por Donald Trump. En un

hecho excepcional, el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica, las

tropas de élite de las Fuerzas Armadas iraníes, reconocieron que habían lanzado

un ataque masivo con misiles contra objetivos militares estadounidenses situados

en territorio iraquí. Hacía 40 años, precisamente desde la guerra Irán-Irak

(1980-1988), que esa parte de Oriente Medio no vivía un episodio de tal

gravedad y magnitud.

No obstante, transcurridas apenas

unas horas, y después de analizar los hechos ocurridos y las declaraciones

realizadas hasta ahora por los principales protagonistas, cabe preguntarse si

la “venganza” del régimen iraní no es sino una respuesta controlada y muy

medida que los ayatolás ofrecen a sus enemigos en Washington para zanjar el

asunto y frenar así una escalada de violencia que no les beneficiaría en absoluto.

Esta hipótesis la defiende Thomas

Juneau, profesor de la Escuela Superior de Asuntos Públicos e Internacionales

de la Universidad de Ottawa (Canadá). Según Juneau, Teherán conocería cada

centímetro de las bases aéreas atacadas de Ain al Asad, al oeste de Irak, y

Erbil, en el norte controlado por los kurdos, y sabía que las tropas

estadounidenses que allí están estacionadas se encontraban ya en máxima alerta

ante un posible bombardeo por lo que las evitó a propósito. Los misiles de

corto alcance empleados en la operación son lo suficientemente precisos para

hacer eso. A Irán no le preocuparían tanto las bajas colaterales iraquíes —¿acaso

el bombardeo no ha representado una flagrante violación de su soberanía

territorial?— porque no quiere pagar el altísimo precio de llevar el conflicto

a su propia casa. La cúpula iraní es perfectamente consciente de que enfrente

tienen al ejército más potente del planeta y que perderían la guerra en un

escenario convencional, aunque no en el asimétrico.

Un comunicado de la oficina del

primer ministro iraquí, Adil Abd Al Mahdi, apuntala esta hipótesis. Al Mahdi informó

de que las autoridades iraníes le habían advertido verbalmente del ataque inminente

y que él, a su vez, se lo comunicó a las tropas estadounidenses e iraquíes. En otras

palabras, no fue una incursión por sorpresa en absoluto.  

Sólo así se entendería la extraña

reacción del presidente de Estados Unidos en su plataforma de comunicación

favorita: Twitter. Cuando se confirmó la potente reacción iraní, Trump publicó

un mensaje que empezaba de la siguiente forma: “¡Todo está bien!” También

explicaría por qué no ha habido información sobre víctimas mortales pese a que

se lanzaron nada menos que 22 misiles desde las provincias occidentales iraníes

de Tabriz y Kermanshah.   

En consecuencia con esa idea, el

ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Yavad Zarif, dijo que el ataque

fue “proporcional”, “en defensa propia” y que no buscaba una guerra. Para él,

la desescalada de la situación depende de si Estados Unidos “vuelve al sentido

común y para el aventurismo en la región”. La meta marcada por el líder

espiritual Alí Jamenei busca que el Pentágono abandone Irak —actualmente tiene

5.000 soldados— y así pierda influencia en Oriente Medio, donde también es

fuerte Arabia Saudí. El Parlamento iraquí, controlado por la mayoría chií, ya aprobó

una resolución no vinculante en la que pide al Gobierno de Al Mahdi que pida a

Washington el repliegue de sus hombres enviados allí a combatir a la organización

terrorista Estado Islámico.

El problema de la escalada

controlada radica en la imprevisibilidad del propio Donald Trump. También

supone una incógnita preocupante adelantar cuál será la respuesta de las

milicias proiraníes que operan en Irak. En el mismo acto que fulminó a

Suleimani, las milicias iraquíes proiraníes perdieron a su comandante más

distinguido, Abu Mahdi al-Muhandi, y están rabiosas por ello. También es

posible una represalia de los aliados de Irán en los países del Golfo Pérsico,

en Siria y especialmente en el Líbano, donde su mayor organización, Hizbulá,

cuenta con miles de experimentados guerrilleros chiíes y buen puñado de

militantes suicidas. Esa posibilidad afecta mayormente a los intereses de Israel.

Cabe recordar que en el sur del Líbano, fronterizo con Israel, se encuentran desplegados

638 cascos azules españoles que forman parte de la misión de paz de la ONU (FPNUL)

integrada por 10.400 personas de 45 países.

Si es cierto que Teherán no busca

una mayor espiral de la violencia, se cuidará muy mucho de presionar a estos

grupos afines para que su venganza entre dentro de sus propios cálculos, es

decir, que no ocasiones efectos indeseados más allá de la retórica belicosa

habitual.  

Conclusiones: Irán ha demostrado

que tiene una destacada capacidad militar para atacar países vecinos con

misiles balísticos desde su propio territorio. Los proyectiles recorrieron unos

600 kilómetros hasta alcanzar sus objetivos. Este ejercicio no habrá pasado

desapercibido para las fuerzas armadas de Israel ni para su clase política

encabezada por el primer ministro Benjamin Netanyahu.  

Sin quererlo, Trump le ha dado una

enorme dosis de legitimidad popular a Irán, una potencia regional especialmente

cruel con la disidencia. La histórica confrontación con EEUU, que se remonta a

los albores de la Revolución Islámica, en 1979, con el secuestro de los

empleados de la embajada en Teherán, está sirviendo a la perfección a los

planes propagandísticos de Jamenei y Rohani, rama religiosa y civil,

respectivamente, del poder persa. En palabras de Jamenei, el “martirio” de Suleimani

ha demostrado que la revolución iniciada por Jomeini está más viva que nunca y para

demostrarlo se remitió a las manifestaciones multitudinarias celebradas en la

capital y en otras localidades.