Opinión

Salario y lógica progresista

Los progresistas subieron primero el salario mínimo, alegando que es un bien puro sin mezcla de mal alguno. Luego admitieron con la boca pequeña su impacto negativo sobre el empleo, y empezaron a plantear medidas compensatorias, que a su vez son incoherentes. ¿Por qué ayudar al campo y no a las demás actividades?

Una habitual estratagema es recurrir al mejor amigo del hombre: el chivo expiatorio. Lo hizo el líder de CC OO, Unai Sordo, en LA RAZÓN. Tuvo el mérito de desmarcarse de la gansada reaccionaria de Pepe Álvarez de UGT, que acusó a la gente de campo de «terratenientes» y «carcas». Pero erró al sostener que el problema de los agricultores no es el SMI sino «el poder oligopólico de las grandes cadenas». Si ese poder existiera, la distribución de alimentos tendría márgenes abultados, y la realidad es justo la contraria.

Sordo también expresó el anhelo franquista de encarecer el despido, como si no afectara la contratación; y también el odio a la política de Madrid, que es “antipatriótica” porque baja los impuestos. La generación de riqueza y empleo ataca los nervios del señor Sordo, que la atribuye al «efecto capitalidad». Cualquier cosa dirá antes de reconocer que bajar los impuestos beneficia a las trabajadoras.

Es arduo para los progresistas proclamar abiertamente los perjuicios del SMI sobre el empleo.

Esta semana les ha echado una mano el Fondo Monetario Internacional, que aplaudió la subida. El Fondo no ha sido liberal nunca, y siempre ha obedecido las consignas de los políticos, pero esos perjuicios existen, y hasta la prensa progre lo reconoce: «La realidad es que el salario mínimo y el campo no se llevan bien» porque es «el sector que más dificultades tiene para ajustarse a los aumentos de salarios mínimos», informó «El País».

Por fin, Ione Belarra, secretaria de Estado para la Agenda 2030, volvió sobre la falacia del SMI, y sostuvo que «el problema del campo es que algunos desalmados se están forrando al comprar la naranja a 0,23 euros y venderla a 1,55 euros el kilo». No se le ocurrió pensar que si esto fuera así, habría más intermediarios forrándose. De hecho, muchos progresistas podrían dejar de vivir suculentamente del cuento de la política y dedicarse a la distribución.