Opinión

Dos no pactan si uno no quiere

Pedro Sánchez recibió ayer, sobre todo para que hubiera foto, a Pablo Casado en la Moncloa. El presidente del Gobierno y el líder de la oposición están condenados a reunirse, hablar y negociar. Seguirán con el guión, nada más. La distancia que, ahora mismo, separa a los jefes de los dos partidos más votados es sideral y la mayor de la historia democrática de los últimos cuarenta años. En los momentos de los enfrentamientos –algunos ya olvidados– más duros entre Suárez y González o en los tiempos del «¡váyase señor González! de Aznar, siempre hubo puentes donde encontrarse. También en la época de Zapatero y Rajoy y luego entre Rajoy y Rubalcaba e incluso en los primeros momentos de Sánchez al frente de la oposición. Todo eso es ahora un recuerdo, nostálgico para algunos, de un tiempo pasado que, quizá, no volverá. Sánchez, con el aliento de Iglesias siempre en el cogote, camina más por interés que por convencimiento hacia la liquidación, parcial o total, del régimen constitucional del 78. Casado, amenazado por las distintas caras de los ultras de Vox –no son homogéneos y sus votantes, menos–, intenta defender un centro conservador moderado que tenga garantías de éxito en el mundo postmoderno y de la postverdad en la que los matices no importan. Gregorio Morán, quizá daba la clave en Voz Populi, cuando escribía a propósito de la alcaldesa de Vic y su declaración –rectificada– sobre los catalanes autóctonos: «El problema no es la alcaldesa, sino que haya sido elegida».

Sánchez y Casado no alcanzarán ningún acuerdo ni pactarán nada porque, en una adaptación del refrán popular, «dos no pactan, si uno no quiere». Un pacto, un acuerdo, por otra parte, requiere una renuncia, una cesión, y no parece que algo similar se vislumbre en el horizonte. Ocurre lo mismo en Cataluña, en donde los «indepes» reclaman, desde hace lustros, diálogo y acuerdos, pero sin renunciar a nada. Sánchez puede cometer un gran error si pretende aplicarle a Casado la medicina que siempre le recetan Junqueras, Puigdemont y Torra. Los líderes del PSOE y del PP no han pactado nada porque no querían o podían hacerlo. Sánchez está convencido de que Casado, antes o después, cederá. Mientras tanto, el inquilino de la Moncloa alienta a Vox y empieza a poner en marcha cambios, ahora tal vez sutiles, pero que aspiran a ser estructurales y definitivos. Lo primero, hoy, la aprobación de dos nuevos impuestos, las llamadas tasas «Google» y «Tobin». Pretenden recaudar y, en teoría, están diseñadas contra las multinacionales tecnológicas y los bancos. En la práctica, la pagarán la inmensa mayoría de los ciudadanos usuarios y clientes de tecnológicas y bancos. Es el principio del resto de toda historia, una en la que «dos no pactan si uno no quiere». ¿Adivinen quién?