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Opinión

No pienses por mí

Una cosa es enseñar a pensar, a debatir ideas y otra, muy diferente, adoctrinar. Mostrar cómo se recopila la información, se procesa, depura y se conforma una opinión personal, es enseñar. En cambio, imponer a los demás el criterio propio sin dejar espacio para el razonamiento o la discrepancia, es adoctrinar. Es alarmante que una profesora en clase, en lugar de enseñar, adoctrine a sus alumnos e imponga sus opiniones personales sobre un partido político como si fuesen la verdad universal. Este tipo de proceder nos remite al nulo respeto por la libertad y la dignidad del otro, máxime cuando el aula no es lugar donde mostrar opiniones sectarias. Quienes son de autoestima débil, consienten que les acobarden y practican el contentar a otros. En cambio, los seguros de sí mismos ejercitan el músculo de la discrepancia. Los límites psicológicos deben ser respetados, por eso no debemos tolerar que nadie piense por nosotros ni nos diga cómo proceder. Los consejos y las directrices a seguir en un tema determinado, deben ceñirse al área de la familia, la terapia, o el despacho del abogado. Podemos dejarnos convencer, adoctrinar, coaccionar o plantar cara. De permitir que alguien piense por nosotros corremos el riesgo de acostumbrarnos a no razonar y que nos la den con queso fácilmente. Aprender a pensar por nosotros mismos es un antídoto infalible contra el adoctrinamiento. La libertad última del ser humano es decidir qué quiere pensar. Todos nos conformamos una opinión acerca de un tema, y estamos en nuestro derecho a emitirla independientemente de si ésta es cualificada o no. Discrepar si, imponer, no. Podrán encerrar nuestro cuerpo pero no nuestra mente.

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