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Opinión
Del Espíritu Santo a la Fontana de Oro
Está don Benito de centenario, acaso con menos festejos, alguno por aquí, otro por allí, de los que la ocasión merecería. Bien es verdad que su idea de España, y sus sentimientos patrióticos, no cotizan hoy al alza en medios gubernamentales. Sin embargo, muchas de las páginas de sus obras siguen resultando interesantes y atractivas, más allá de las mudanzas literarias, incluso motivadoras de alguna reflexión. Los itinerarios galdosianos, sobre todo por las calles madrileñas, pueden ser espejo de un divertido juego de tiempos, escenarios y personajes. Les propongo uno, breve pero ilustrativo. Vamos allá.
El Madrid del primer cuarto del siglo XIX seguía siendo una villa destartalada, sucia, incómoda, desapacible y oscura, según Galdós. Su centro neurálgico de comunicaciones aún tenía asiento en las gradas de San Felipe, «capitolio de la chismografía política y social». La Carrera de San Jerónimo era la calle más concurrida de la capital. Allí tiene su sede, como es bien sabido, a partir de 1843, el Congreso de los Diputados, levantado sobre el solar de la que había sido iglesia del convento del Espíritu Santo.
Paseando de ahí hacia la Puerta del Sol, llegaremos a la altura de la calle de la Victoria, en una de cuyas esquinas tuvo su sede la Fontana de Oro, café y fonda; un club en los bajos de lo que fue la casa del príncipe de las Torres. Allí estuvo la sede del «cenáculo político» más concurrido, el más agitado, el más popular de 1820 a 1823. El templo de Riego. Buena ocasión en ese punto para evocar la vida política de ayer y hoy. Si nos fijamos un poco, parece como si ésta hubiera retrocedido en el tiempo. Discursos, personajes y propósitos actuales se ajustan más a la Fontana que al Espíritu Santo.
La calidad y el contenido de las intervenciones en sede parlamentaria van más en la línea de Romero Alpuente, que en la del mismo Alcalá Galiano, aun cuando éste viviera entonces su época radical. Y, desde luego, andan por las antípodas de cualquier espíritu concordatario. En clave «veinteañista» se habla de destruir la obra «doceañista», burlar la constitución con cuantos subterfugios hagan falta y alguna llamada a la movilización popular. La Transición y el régimen del 78 estorban a quienes no han sido capaces de hacer otra cosa que dividir y enfrentar a los españoles. Y la Iglesia y la Corona sufren el hostigamiento de los nuevos apóstoles de la «revolución» que, con frecuencia, se empeñan en mostrarse cual ingenios de ración y equitación, como diría don Benito.
En las sesiones públicas de la Fontana había más ruido que nueces y, en las secretas, también. ¡Cuántos paralelismos! En discurso político venía a ser una especie de homilía maniquea, insustancial y, casi siempre disparatada. Ahora igual. Los adversarios habían pasado a la categoría de enemigos y contra ellos se empleaban las energías y recursos del país. Además, en el club de los Amigos de la Libertad el humo lo invadía todo. Había tanto que a nuestros políticos, aquéllos y éstos, se les ocurrió venderlo y, como tienen compradores, se ha convertido en un negocio redondo.
Hasta la estética de algunos pobladores del Congreso se asemeja a la de los del Club. La vestimenta, digamos «informal», se acompaña, en algunos casos, con aditamentos coletudos. Un poco a la manera de los hombres del toro en aquella época. Aunque se dan excepciones y así, en geografía taurina hemos pasado de «el paleto de Galapagar» al marqués del mismo título, con el mítico-místico José Tomás en el camino. Si bien las diferencias en este caso son enormes. Claro que tampoco hace falta cabellera larga y peinado al estilo de «el Bolero». Ahí está «el Niño del Aeropuerto», mudo total, entre la genética y la política; agobiado por su natural inclinación al arte de Cúchares y la obligada querencia al animalismo.
La importancia decisiva de la comunicación se mantiene y las gradas de San Felipe han dado paso a las redes sociales. Con alguna ventaja para éstas por la rapidez y la extensión con la que difunden los mensajes. Si bien han perdido en seriedad y rigor «informativo». Lo que no está de moda ahora son las canciones «patrióticas» y revolucionarias. Lo primero porque la Patria ya solo suscita entusiasmos parcelados y la revolución, mejor con sordina. Hay, por último, una consideración que tal vez, merezca la pena. Señalaba Galdós que dos elementos minaban la Fontana de Oro: la ignorancia y la perfidia. Vistos sus resultados quizás convendría considerar, a éstos sí, como enemigos a eliminar.
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