Opinión

Sánchez atraviesa terreno desconocido

Pedro Sánchez, que sí había oido hablar de los «cines negros» y de la teoría de Nassin N. Taleb, jamás imaginó algo como el coronavirus que le obliga a adentrarse en un territorio desconocido y peligroso. La legislatura será larga, pero nadie puede prever nada más y quizá ni tan siquiera sean válidos los planes «semana a semana» de Iván Redondo, que tantos réditos le ha dado al inquilino de la Moncloa. El batacazo de ayer de las bolsas –el Ibex se desplomó un 8%– es más que un mal augurio y si Sánchez tiene casi cuatro años por delante en el Gobierno, la reelección de Donald Trump, hasta ahora descontada como segura, está en almoneda. Por sobre la epidemia, el espectro de una recesión recorre Europa. España, digan lo que digan la vice Calviño y la ministra Montero, no está vacunada, ni tampoco a salvo del tsunami económico que se vislumbra en el horizonte. Los proyectos presupuestarios del Gobierno, con y sin el visto bueno de Junqueras y de ERC, son papel mojado y, por eso, ni tan siquiera la vice primera, Carmen Calvo, más allá de que esté en horas bajas, se atreve a garantizar que se presenten las cuentas de 2020. Los Presupuestos de Cristóbal Montoro, instalado en la crítica a sus sucesores en el PP, volverán a batir otro récord de permanencia. No es la peor solución y el entorno de Sánchez empieza a admitirlo. Hay que hacer unas cuentas para atravesar territorios ignotos y eso significa pertrecharse para lo imprevisto, que sucederá. «La aventura es señal de incompetencia», escribió Roald Amundsen, el primer hombre en llegar al Polo Sur.

Ana Botín, presidenta del Santander, compró varios millones de acciones del banco cuando las caídas en Bolsa se veían todavía como una oportunidad para invertir. Ayer, en plena debacle de los mercados, la entidad que dirige, recordaba a sus clientes de banca privada la máxima de San Ignacio: «En tiempos de tribulación, no hacer mudanza». El pesimismo, sin embargo, avanza. Hay analistas, como Juan Ignacio Crespo, que se retrotraen a la crisis de liquidez de 1966, olvidada por casi todos. También ayer, con los mercados y las pantallas teñidas de rojo, otros expertos se preguntaban si existe alguna razón que impida que la «curva de evolución del coronavirus en Italia se repita en España». Vislumbran una crisis larga y anuncian un círculo vicioso tétrico: las empresas no venden, al no vender no pueden pagar sus deudas –créditos–, los bancos vuelven a entrar en crisis y, así, sucesivamente. Todo coincide, además, con la mayor caída del precio del petróleo en muchos años que coloca al borde de la quiebra a las empresas de fracking americanas, que no devolverían sus deudas y agravarían una crisis que ha llegado para quedarse. Sánchez, que está obligado a ir por delante, avanza por un terreno desconocido y, si no acierta, habrá problemas para todos.