Opinión
Homenaje a los otros héroes
Ha habido y hay, al caer la noche, aplausos solidarios desde las ventanas para todos los trabajadores de la sanidad, la infantería en la primera línea del frente en la guerra contra el Covid-19. Era y es el desahogo de una gran mayoría de ciudadanos angustiados ante lo desconocido, frente a ese enemigo invisible que, como han repetido ya muchas veces Pedro Sánchez y otros muchos, no distingue de territorios, ni de razas, ni de ideologías. Casi todos menos algún nacionalista descerebrado y, quizá, Pablo Iglesias, que a falta de competencias necesita protagonismo, el jueves se saltó la cuarentena por segunda vez –Irene Montero dio positivo en el test que sí se le hizo a los ministros con celeridad–, para compartir una comparecencia y rueda de prensa –telemática– en La Moncloa con el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ahora mismo uno de los hombres con más poder del país. Iglesias, paradojas del destino, rechazó hasta dos veces el ofrecimiento de Sánchez para que Unidas Podemos se ocupara de ese Ministerio.
La contribución novedosa de Iglesias ante la crisis pandémica, al margen de protagonizar todo un mitin televisado sobre el «escudo social», fue explicar que el coronavirus «distingue de clases sociales» y que allí está él para corregirlo. Es posible que ni tan siquiera Lenin se hubiera atrevido a tanto sin sonrojarse. Iglesias, con funciones muy limitadas por decisión de Sánchez en el equipo de crisis, quiere presentarse también como el garante de soluciones desde el Estado para afrontar las consecuencias de la pandemia. «El Estado es la solución de todo», proclamó en un registro similar al que hubiera utilizar cualquier comunista de otro tiempo. «Solo desde el Estado –remachó– se puede dar una respuesta a las necesidades de la gente».
Amancio Ortega, a quien Iglesias reprochó en su día donar equipos sanitarios, no es Estado pero ha puesto sus instalaciones de Arteixo a fabricar las mascarillas que requiere el personal sanitario. Ortega, muy rico, quizá no sea un héroe y no es anónimo. Sin embargo, España, en alarma y confinamiento, resiste porque millones de héroes anónimos y privados –y sus empresas– trabajan en supermercados, transporte, entidades financieras e infinidad de actividades para que el país todavía pueda latir todos los días. No son Estado y quizá no tengan el reconocimiento de Iglesias, pero son los otros héroes de esta guerra y también merecen un largo aplauso, aunque no baje de las ventanas.
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