Opinión
Desde Camelot a la Moncloa
Jackie Kennedy, meses después del asesinato en Dallas de su marido, mencionó a Camelot para describir los años de la administración de John F. Kennedy. «Habrá grandes presidentes, pero nunca otro Camelot», fueron sus palabras exactas. Camelot era entonces un musical de éxito en Broadway, de Alan Jay Lerner y Frederik Loewe, que llegó a las 873 representaciones. Kennedy, según Jackie, le gustaba escuchar una canción de ese musical antes de acostarse. Cuando lo reveló, Camelot –la legendaria ciudad del Rey Arturo y sus caballeros– también se erigió en el símbolo de la leyenda de aquel presidente que pidió a los americanos que no pensaran qué podía hacer su país por ellos, sino qué podían hacer ellos por su país.
Pedro Sánchez no es Kennedy, Begoña, su mujer, tampoco es Jackie y nadie compararía a la Moncloa con Camelot. Sin embargo, el presidente español, –«Pedro el guapo» como lo llamó al principio la prensa anglosajona–, recurrió ayer a una paráfrasis kennedyana para pedir más sacrificios a los españoles, mientras anunciaba «Estados de alarma» sucesivos, que todo apunta que se prolongarán hasta finales de mayo. Sánchez y su equipo, que incluso ahora manejan encuestas –sean más o menos fiables–, están convencidos de que esas interminables apariciones televisivas apuntalan la imagen del inquilino de la Moncloa como hombre de estado. Por eso insisten en una fórmula que tantos critican y, si al inicio de la crisis, recurrieron a la épica de Churchill ahora, con la mente en el día después, coquetean con la estética y la dialéctica del mito Kennedy, quizá para enmascarar lo que Javier Ybarra –autor de «Nosotros losYbarra»–, observador agudo, define como «el régimen paranoico de P&P (Pedro y Pablo)».
Sánchez, rehén de sus penurias parlamentarias, intenta apuntalar el futuro y, capaz de cambiar de opinión sin pestañear, invoca unos nuevos Pactos de la Moncloa, reedición de los que salvaron a España en 1977 gracias a la generosidad –todos renunciaron a algo– de Suárez, González, Fraga, Carrillo y tantos otros. Ahora, los más escépticos ven una trampa a la oposición de Casado, porque Sánchez intentará imponer su opinión, no cederá en nada y si se frustran culpará al líder del PP. No está claro que la historia se repita, pero Sánchez no es Suárez ni ninguno de los firmantes de aquel pacto legendario, no busca un acuerdo sino adhesión y la Moncloa no es Camelot ni allí vive Jackie.
✕
Accede a tu cuenta para comentar