Opinión

Interior y virtual

La Semana Santa que acaba de comenzar va a ser la más singular de toda la historia moderna de la Iglesia. Incluso para los no creyentes va a suponer renunciar a unas vacaciones en playas y montañas. Para los fieles cristianos es todo un desafío que todos deberíamos esforzarnos en superar para convertirlo en una victoria en estos «momentos de prueba y oscuridad», como ha recordado el Papa Francisco.

En muchas de nuestras ciudades y pueblos – Sevilla, Málaga, Valladolid, Zamora, Cuenca por citar sólo algunas– la renuncia a sus tradicionales y a veces antiquísimas procesiones supone una enorme frustración. No van a salir a nuestras calles y plazas imágenes que han cristalizado durante siglos lo mejor de la religiosidad popular. Las Cofradías y Hermandades nazarenas no podrán desfilar, abriendo un doloroso paréntesis en tradiciones familiares y sociales muy arraigadas.

Aún más: los ritos litúrgicos de la Semana Santa y de modo muy especial los del Triduo Sacro van a celebrarse sin la presencia de fieles. El Papa, Obispos y sacerdotes presidirán unas ceremonias que sólo podrán ser seguidas gracias a los medios de comunicación, de modo especial la televisión y las redes sociales. Una renuncia sin precedentes, pero inexcusable.

Y es aquí donde se impone una reflexión o mejor dicho una decisión: quedémonos con lo esencial y sepamos renunciar a lo superfluo. Interioricemos nuestro acompañamiento al Señor hasta la colina del Calvario; profundicemos nuestra empatía con su pasión y muerte sabiendo y esperando que al tercer día Él resucitará. «Per crucem ad lucem» ( por la cruz a la luz) debe ser el lema que presida estos días azotados por la pandemia de la que – así hay que desearlo– saldremos todos mejorados.