Cultura
Las Martens, contracultura para pijos
La contracultura es una estética más que un pensamiento. Esto, que continúa hoy, principió por los cincuenta, cuando los jóvenes dejaron de combatir el mundo con ideas y empezaron a hacerlo con camisetas y tupés. Se dieron cuenta de que para cambiar la sociedad no necesitaban una filosofía, sino una chupa con cremalleras. Asumían la imagen como discurso. No reparaban en que las cazadoras de cuero había que comprarlas en las tiendas. Igual que las motos. Nadie lo previó por entonces, pero el inconformismo ya auguraba ser un próspero negocio de ahí en adelante.
La juventud convirtió el aspecto personal en el mensaje y la rebeldía dejó de ser un ideario para convertirse en una identidad. Más que discurso se requería actitud. La protesta contra la sociedad no comenzó por una reflexión, sino por la renovación del armario de papá. La primera víctima de la subversión no fue el conformismo, sino la corbata y el sombrero. Unas presas menores, pero muy simbólicas, desde luego. Las batallas del futuro ya serían así, más metafóricas que concretas.
La revolución ya no solo consistía en una nueva mentalidad, sino en cambiar la americana por los vaqueros. Lo que sucedió es que para evitar el traje, acabaron todos uniformándose bajo otros atuendos. Cada cual con el suyo: mods, hippies, grunge... En algún momento aparecieron las Martens. La bota como diálogo. Todo un icono. Ahora cumplen 60 años. Cuando los punks las apadrinaron hicieron de ellas un estandarte. Más duras que un lapo en la jeta. Ahí estaban ellos: pelos de mohicano, los The Clash, los empujones y sus Martens. Creían que era un emblema obrero, pero quien se las sacó de la manga fue un tal Klaus Märtens, un médico de la Wehrmacht, o sea, alguien más funcional que un reloj.
Un accidente de esquí lo reconvirtió en zapatero. En ocasiones, el destino no es más que eso, una buena hostia. La rehabilitación hizo lo que pudo con el pie fracturado y decidió diseñar su calzado con esa determinación que solo puede tener un cazador de Baviera. La intención era buena: hacer algo cómodo y resistente, y lo que le salió fue una prenda militar. Esto es algo que solo les sucede a los alemanes.
Desde entonces, la Martens han tenido más éxito que los Beatles. Salieron al mercado por dos libras y como equipamiento barato para menestrales y otra mano de obra industrial. Ahora cuestan una tela y no hay niña de pro en Serrano, con esa fascinación que solo ejerce en ellas lo barrial, que no las quiera tener. Una de las señas de los skinheads hoy es un artículo de lujo en lo escaparates. Una paradoja que convierte la contradicción en puro arte. Los ingleses, unos tipos que igual calzan a Isabel II de Inglaterra que a Johnny Rotten, ya anticiparon el tirón comercial. Solo ellos fueron capaces de reconocer que lo vintage es imperecedero y que lo marginal es más «mainstream» que «Sonrisas y lágrimas». Y, por supuesto, que la identidad también es marca.
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