Opinión

"Los test"

La pandemia que sufrimos ha incrementado la producción de discursos oficiales para encubrir lo sucedido. Cabría decir aquello de que «éramos pocos y …. aumentó la familia». Junto a la palabra maldita «coronavirus», se mezclan una serie de vocablos dirigidos a disimular los efectos causados por ese enemigo, pequeño pero matón. Cifras, estadísticas, gráficas, curva, pico, letalidad…etc. se utilizan con algunas menciones comparativas sesgadas, en un afán constante de desinformar, engañar y desorientar a la gente. Lo han conseguido aburriendo a los ciudadanos con su falta de credibilidad.

Sin embargo, por mucho que se empeñen, no podrán hacer desaparecer los más de 40 km. de ataúdes, con su carga de dolor, desamparo y muerte, que jalonan ya este «vía crucis». Ni el sentimiento de soledad por ese hilo imposible entre nuestros corazones y el de tantos españoles que buscaban, en el blanco de la nada, el aire que les faltaba y la mano amiga a la hora del adiós. Por ellos, a pesar del hastío derivado de tan indecente propaganda, tengo la esperanza de que el hartazgo no nos llevará a abandonar la exigencia de responsabilidades.

Hay otro discurso, el de los implicados en la batalla contra la epidemia, que no distorsiona la realidad, sino que la refleja crudamente. Emplean palabras ciertas invocando medidas preventivas y el adecuado tratamiento a los enfermos. Demandan vacunas, mascarillas, guantes, fármacos eficaces, respiradores… y test; otros tantos elementos imprescindibles, que seguimos esperando. Algún día llegaremos al que debería haber sido el punto de partida: la aplicación de esos test a la población. Mientras hay otras pruebas que convendría haber efectuado mucho antes.

Cuesta entender por qué en España, donde estudiantes y profesionales de toda clase, tienen que demostrar sus conocimientos, capacidades, actitudes y destrezas, los políticos están exentos de tal requisito. Tendríamos que haberlos sometido al mismo trato que a los demás. Seguramente hubiéramos evitado tener que usar en el futuro próximo, guantes, mascarillas y un gran respirador colectivo para no morir de asco.

Las instituciones de nuestro Estado autonómico se han visto también retratadas sin filtro, tal cual, con las vergüenzas al aire. Necesitaran, salvo excepciones, toda clase de retoques para cambiar su imagen de deslealtad, ineficacia y egoísmo. Han estado a la altura del Ejecutivo nacional. Hemos asistido a una guerra de guerrillas, con diez y siete estados menores, más esforzados en batirse unos a otros, y todos al Gobierno de la Nación, que en vencer al enemigo de la salud de los ciudadanos.

Igualmente los españoles hemos tenido que afrontar y seguiremos afrontando nuevos test. Por ejemplo, el del patriotismo, compendio de solidaridad y civismo; aunque algunos pretendan ignorarlo. Muchos han superado este examen con un alarde de generosidad; pero otros, más de los deseables, han mostrado su miseria en una preocupante ausencia de respeto y solidaridad.

En las últimas fechas la perspectiva de la pandemia económica ha hecho cambiar el orden de las preocupaciones gubernamentales. El pánico a los «coronaparados» se antepone ya al miedo al coronavirus. Vamos a salir de casa sin saber lo que puede pasar y si estos dos meses de reclusión forzosa han servido para algo; además de para limitar severamente nuestra libertad y nuestros derechos. El nuevo discurso se dirige ahora a la creación de «un gran pacto nacional». Hace falta un acuerdo entre partidos, sindicatos, empresarios y otros órganos de la sociedad civil? Sin duda. El 96 por 100 de los españoles lo desea, según el barómetro de Metroscopia (8-IV-2020). ¿A cualquier precio? Rotundamente NO. Solo el 29 por 100 lo ve probable. ¿A qué pude deberse esta diferencia entre uno y otro dato? ¿A la desconfianza en la clase política? Repasen la esperanza que despiertan los gobernantes y, gran parte de la oposición, y tendrán la respuesta.

El C.I.S. (Club de Informaciones Sicofánticas) asegura que el 91’3 por 100 de la población reclama el pacto. Pero para tranquilizar a sus mentores señala que solo el 10 por 100 pide esclarecer ahora las responsabilidades gubernamentales. Es sabido que la credibilidad del Sr. Tezanos corre pareja a la del Dr. Simón.

Prefiero acogerme a los versos de mi paisano Gil de Biedma. «Quiero creer que nuestro mal gobierno/es un vulgar negocio de los hombres/y no una metafísica …/que es tiempo aún para cambiar la historia». En un contexto de miedo resuena el eco de la archiconocida frase de Roosevelt, «a lo único que no debemos tener miedo, es al miedo mismo». No cerremos en falso otra más de nuestras grandes crisis, porque como decía Balzac de ellas se sale con el corazón roto o curtido, pero nunca con la mentira.