Opinión

Salir

La jaula se ha abierto y el «pájaro» ha podido volar. No fue muy lejos y su vuelo no duró demasiado, dos horas apenas, pero después de varias semanas de reclusión fue como una liberación.

Me refiero con todo el respeto que se merece a Francisco que ayer salió por primera vez del Vaticano para celebrar la Eucaristía en la Iglesia del Santo Espíritu no lejana de Casa Santa Marta. El Papa se describió a sí mismo como «enjaulado» al recitar por vez primera el Ángelus el 9 de marzo desde la Biblioteca del Palacio Apostólico. Algunos días después, el 17 de ese mismo mes, abandonó los muros vaticanos para dirigirse a la Basílica de Santa María la Mayor y posteriormente a pie a la Iglesia de San Marcello al Corso para rogar a la Virgen y a un crucifijo milagroso el fin de la pandemia. Desde entonces no se ha movido del territorio vaticano dentro del cual presidió todos los ritos de la Semana Santa.

La primera salida ha sido, pues, ayer segundo domingo de Pascua que san Juan Pablo II decretó que fuese el día en que la Iglesia recuerde la Divina Misericordia. Esa devoción se basa en las apariciones del Señor a la santa polaca Faustina Kowalska canonizada por Wojtyla hace veinte años. Por eso su sucesor decidió conmemorar esa fecha celebrando la Santa Misa en el santuario de la Divina Misericordia distante apenas 300 metros de Santa Marta.

En su homilía refiriéndose al coronavirus Bergoglio dijo: «El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí». Antes había dicho que la pandemia nos recuerda que «todos somos frágiles, iguales y valiosos».