Opinión

Nervios en el ala oeste de la Moncloa

Nervios. Pedro Sánchez es un jugador de órdago y soporta bien la presión. También Iván Redondo, el gran estratega que desde su «War Room», el que fuera despacho de Alfonso Guerra, analiza y disecciona cientos de opciones para que su jefe y cliente –todo empezó con una relación contractual– conserve el poder. Hay nervios, más allá de las apariencias, en el «Ala oeste de la Moncloa» –que es toda– en vísperas de la votación del miércoles, para la cuarta prórroga del Estado de Alarma, convertida en una especie de Rubicón en la crisis del Covid-19. Sánchez, un hombre con suerte –y eso también es importante en política–, se ha encontrado con el regalo de que el Senado francés votara ayer contra el plan de fin del confinamiento del Gobierno galo. Un ejemplo al que se agarraría en el poco probable caso de que el Congreso le de un revolcón que, por otra parte, debilitaría mucho su posición en la Unión Europea, en donde esta misma semana volverá a pedir solidaridad con un déficit de 115.000 millones bajo el brazo. Bruselas hará la vista gorda ahora, pero tomará nota y algún día pasará una factura dolorosa. Ocurrirá cuando sobre todo Alemania y Francia empiecen a ver despejado el horizonte y, como apuntaba ayer el Banco de España –aunque hay quien no quiera oírlo–, entonces habrá que ajustar las cuentas. Es decir, menos gasto público o más impuestos para todos o las dos cosas al mismo tiempo.

Sánchez y su equipo temen una votación contra la nueva prórroga del Estado de Alerta porque sería la constatación, dentro y sobre todo fuera de España, de que gobierna muy en precario. La excepcionalidad le ha garantizado una comodidad que desaparecerá de forma definitiva con la «normalidad», sea nueva o la de siempre y que empieza a hacer aguas con el «no» de ERC. Los republicanos de Rufián, como todos, hacen política en los límites de la pandemia y juegan la carta de sentirse despreciados por el presidente. Es la misma sensación, aunque quizá por motivos diferentes, que tienen en el PP de Pablo Casado, pero también otros teóricos socios del Gobierno. Todo puede depender de una abstención del PP, a la espera de esa «nueva normalidad» que puede ser una tortura parlamentaria para el Gobierno, sobre todo cuando haya que tomar esas medidas impopulares inevitables para obtener y mantener el apoyo europeo. Sánchez presume de sintonía con Iglesias, con Echenique de palmero, pero en una esquina de la turbulencia del Covid-19 alguien, que también se acuerda de Rajoy, desempolva una cínica frase del premier británico (1908-1916) H. H. Asquish: «El Gabinete de Guerra tiene tres versiones de los datos: una para engañar al público, otra para engañar al Gobierno y otra para engañarse a sí mismo». Nervios, no ya en el ala oeste, sino en toda la Moncloa.