Opinión

El plátano es fenomenal

Nos tratan como a monos enjaulados. Solo faltaba que el vicepresidente nos diera plátanos para merendar, o a la hora que sea, ya el desayuno se confunde con la cena, como recomiendan los expertos en nutrición. Un plátano al día, por lo menos. Solo faltaba que las calorías entraran en el parámetro ideológico para deglutir alegremente unas siglas y hacer de cuerpo con el olor correspondiente. ¿A qué huele Podemos? No dudemos de la importancia de los menús infantiles, pero tampoco de la capacidad de Iglesias para hacer señales de humo y no sepamos dónde está el fuego. Debería ser el propio Iglesias quien repartiera en bandeja la tabla de hábitos saludables, él que es lo que se llama un fofisano de la propaganda. Deambulamos por la calle, al horario establecido, con la barriga algo más colgona que ayer y los pelos y la barba como si Cat Stevens se hubiera convertido al Cristianismo. Los médicos se mueren y las nubes pasan al calor de una incógnita. No sabemos si estaremos en este mundo para cuando toque ponerse el traje de baño. Hay que distraer la atención con asuntos que parecen vitales y que podrían arreglarse con la discreción respetuosa que merecen las esquelas y las curvas económicas. Pero ahora que los teatros cierran y están prohibidos los besos de cine, nuestros salvadores tiran de sobreactuación al estilo de los histriones de «Sálvame», que saborean chocolate y rodajas de piña en directo. Muy diurético. Un bando cuenta que los test de pega los compró el Gobierno a empresas con dirección desconocida y el otro se regodea con los de la Comunidad de Madrid, que son peores. Todos son chungos, si bien los de derechas son peores. Compras criminales del capitalismo corrupto. Y así todo. La pizza se ha convertido en un libro neoliberal y la ensalada en manjar de la «gauche divine». El bocata de calamares es un repunte reaccionario de Madrid. No hay vacuna que nos pueda inmunizar contra tanta estupidez. El ruido de las tripas es ya maullido de gata en celo y a la vez yerma. El alpiste de cada día se mezcla con excrementos de palomas mensajeras. A falta de anticuerpos comamos plátanos hasta reventar, pongámonos en la piel de los Gassol, solo hay que ver lo que han crecido estos chicos. O aceite de coco, que dicen los negacionistas de la cosa. Que nos mate el virus, no el colesterol. La preocupación por la salud de los niños de este Gobierno es inversamente proporcional a la que tenía por los ancianos. Esto es papafritismo de tuit pero quién no resbala con una cáscara de plátano cuando el escenario completa el aforo con chimpancés.