Opinión
Wojtyla
Hoy hace cien años en una modesta casa de Wadowice el matrimonio de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska tuvo la alegría de ver nacer a su tercer hijo. Cincuenta y ocho años después el vástago fue elegido Papa y su pontificado fue uno de los más largos de la historia: 26 años y cinco meses. Murió en Roma el 2 de abril de 2005. Seis años más tarde su sucesor Benedicto XVI lo beatificó y el 27 de abril de 2014 Francisco le canonizó en una solemne ceremonia en la que también fue declarado santo Juan XXIII. El eslogan «Santo súbito» esgrimido durante sus funerales en la Plaza de San Pedro resultó una profecía. Han pasado quince años desde su desaparición y no resulta todavía hoy posible trazar un balance completo de su impresionante trayectoria vital como hombre, sacerdote, arzobispo y pontífice. Los historiadores sin prejuicios resaltan su innegable aportación al derrumbe del imperio soviético que había sometido durante setenta años a la mitad de Europa y subyugado a millones de personas bajo una tiranía inhumana. San Juan Pablo II embarcó a la Iglesia católica en un trepidante movimiento evangelizador. Realizó 104 viajes internacionales durante los cuales visitó 126 países y creó las Jornadas Mundiales de la Juventud para acercar a las nuevas generaciones al Evangelio de Jesucristo. En el 2000 convocó el Gran Jubileo que resultó un acontecimiento de gran intensidad espiritual. «España, ¡ese país al que tanto amo!» fueron las palabras que me dijo en 1971 cuando le saludé en Cracovia ciudad de la que era entonces su arzobispo. Un amor que se hizo patente en los cinco viajes que realizó a nuestro país. De él tenía una visión, quizás, un tanto idealizada y no le fue fácil asimilar los profundos cambios que durante su pontificado protagonizaron la Iglesia y la sociedad española. Pero siguió amando a la que llamaba «patria de santos y de grandes místicos».
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