Opinión
España va mal
El azar ha querido que confluyan en estos momentos de la vida española dos grandes desafíos; uno de tipo estructural y otro coyuntural. El primero lo plantea un estado mastodóntico e ineficiente, desarticulado en diez y siete taifas, con más de tres millones de empleados, muchos de ellos prescindibles, «digitalmente» reclutados. Junto a estos, decenas de miles de funcionarios incorporados por un proceso de selección «meritocrático». En conjunto representan una carga que amenaza con aplastar a los ciudadanos. Sumados todos los conceptos 21 millones de nóminas son pagadas por ese monstruo «Saturnal», mientras apenas 13 millones lo son por el sector privado.
El otro problema, de tipo coyuntural, es la grave crisis provocada por el COVID-19. El impacto sanitario, cuyas cifras de muertos el Gobierno tendrá que explicarnos algún día, ha evidenciado una escandalosa gestión de los responsables políticos, especialmente del Ejecutivo central. Además ha acentuado, extraordinariamente, una crisis económica cuyas dimensiones están aún por determinar. Se teme una fuerte caída del PIB, entre el 10 y el 12 por ciento, y un aumento del paro que apunta a cifras aterradoras, paliadas de momento por una riada de ERTE, afectando a casi 4 millones de trabajadores y cerca de un cuarto de millón de empresas. La situación requiere un gran aumento del gasto público, que ya era asfixiante, lo cual supone mayor presión fiscal, más endeudamiento y la necesidad de ayuda de la UE. La cifra de 140 mil millones de euros que llegarían por esta vía, en diferentes formas, es un balón de oxígeno importante. Pero no va a ser fácil modular tiempos y administrar recursos, entre la urgencia de las necesidades básicas y la atención a la recuperación económica.
En la tormenta perfecta generada por la crisis sanitaria y económica España parece, en estos momentos, un pequeño yate con tripulación inexperta, la mayoría de cuyos miembros no ha visto más agua que la del estanque del Retiro, y un patrón que obtuvo el título copiando en el examen. Preocupa pues este extenso Ministerio Sánchez, compuesto por una socialdemocracia sin ideas y los usufructuarios del «corpus indignatum», para salvar los grandes escollos que aguardan. Se confirma aquella advertencia de Maura «una cosa es gobernar y otra estar en el gobierno». Lo primero exige capacidad y un programa coherente, no un conjunto deshilvanado de ocurrencias, y el Presidente del Gobierno parece el discípulo predilecto de Nagarjuna, creador de la escuela del vacío.
Por si fuera poco el matrimonio de conveniencia inconveniente, entre don Pedro y don Pablo, recuerda al de doña Urraca y don Alfonso I el Batallador, hasta que el Concilio de León (1114) arregló la cuestión amenazando con excomulgarlos. Hoy no hay otro concilio que el de los ciudadanos para poner coto a tanto desmán. El Gobierno y sus acólitos tratan de evitarlo potenciando la división entre los españoles, y a la brecha de los separatismos, han procurado añadir la ruptura entre jóvenes y mayores; alentando además la confrontación ideológica, radical y excluyente. Un juego viejo y perverso basado en la deslegitimación del adversario y en la apropiación exclusiva de la referencia convivencial: la democracia.
Han creado una especie de Comité de Salud Pública que evoca escenas de terror cuando se le convierte en instrumento de «higiene democrática». Al igual que sus precedentes, recurre a prácticas liberticidas y a la subordinación del derecho, en su escenificación de la revolución de la nada. El Gobierno está alarmado y pretende mantener a la gente en perpetuo estado de alarma, amenazando cualquier muestra de oposición y sembrando el miedo ha conseguido hacer imposible el diálogo político, social y económico, salvo con los herederos de ETA; los separatistas y algún partido residual. Pero la culpa es de los otros, esa derecha que tiene «déficit» democrático. Así, como escribía Baroja, empezamos a mirarnos con el odio característico con el que nos miramos los españoles. Odiar a alguien, decía Ortega, es sentir irritación por su sola presencia. Vamos, en palabras de Ángel González, camino de andar solos, de vaciar el alma de ternura y llenarla de hastío e indiferencia. A su lado enseña también la cara el hambre y una nueva frustración.
Hace unas semanas declaraba el Rey, «hemos perdido en pocos meses lo que habíamos ganado en años», una advertencia sensata y sentida. Para superar esta realidad adversa es preciso el esfuerzo común. Sin embargo con la politización partidista, llevada a todos los ámbitos de las instituciones, incluida la Justicia y el recinto sagrado de la Guardia Civil, caminamos no al país de nunca jamás, que algunos predican, sino a un futuro cargado de sombras. España va mal.
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