Opinión

La nostalgia del consenso

Los países que han afrontado con más éxito la embestida del covid-19 son aquellos que tienen un gobierno consensuado o, si no es así, que tienen una sociedad en la que ciertos consensos no están quebrados del todo. Es natural. La virulencia de la enfermedad requería respuestas rápidas y arriesgadas que un gobierno sólo puede afrontar si cuenta con un margen de confianza importante en la opinión pública. El Gobierno de Pedro Sánchez ha estado en el polo opuesto. Ocultó los datos de la enfermedad cuando sabía de su peligrosidad y posteriormente la ha utilizado para poner en marcha una agenda ideológica corrosiva. La poca confianza que merecía el Gobierno antes de la llegada del covid-19 se ha reducido aún más. Estamos entre los países en los que la pandemia ha suscitado un enfrentamiento político de alto voltaje. Sin embargo, la opinión pública, tan malherida, echa de menos otras actitudes, similares a las que han permitido a otros países sortear en mejores condiciones la tragedia. El Gobierno presidido por Pedro Sánchez, siguiendo en esto una larga tradición de la izquierda española, está convencido que puede compaginar el régimen de enfrentamiento permanente, sin miedo a la provocación, con una apariencia distinta, más amable: la mano tendida, la disposición al pacto y al diálogo. No convence a nadie que no esté previamente convencido, pero gracias al monopolio de la cultura oficial y la educación, que la izquierda siempre ha considerado objetivos prioritarios, impone un marco general ante una oposición que parece siempre al borde de la exasperación.

Es en este contexto cómo hay que comprender el nuevo posicionamiento –palabra de marketing, también político– de Ciudadanos. En medio del fragor, el partido dirigido por inés Arrimadas ha decidido aceptar la mano tendida del Partido Socialista. Negociará con el Gobierno aquellos puntos en los que cree que puede influir y moderar. Aunque sea coyunturalmente, se ha propuesto rescatar al socialismo del abrazo de peronistas y nacionalistas. Tal vez se proponga rescatarlo de los fantasmas que tan caros nos han costado y ofrecerle una vía que le devuelva a la cordura constitucional.

Si ese es el objetivo estratégico, el desengaño será monumental. Ni los aliados del PSOE, ni el propio PSOE van a renunciar a sus objetivos de cambiar a fondo la sociedad y la estructura misma de la nación española. En un sentido que a C’s no le puede satisfacer: ni en lo económico y social, ni en lo constitucional, porque de eso se trata: de una nueva organización confederal de España. Más a corto plazo, C’s sí que puede satisfacer a una parte de la opinión que siente nostalgia de modos y tiempos menos broncos. Incluso llegará a recoger el respaldo de votantes socialistas descontentos con la gestión gubernamental de la crisis y con los modos activistas del Gobierno. Ciudadanos se puede contentar con eso, que permitirá a sus actuales cuadros sobrevivir pero que es poco comparado con las ambiciones primeras, las de un partido que iba a cambiar la política española a partir de la construcción de una alternativa nacional y española a los nacionalismos. O bien, sin abandonar su papel de bisagra moderadora

–vamos a llamarla así– puede plantearse objetivos más de fondo, como es contribuir a demostrar que existe una alternativa a la alianza de fuerzas que hoy en día gobiernan nuestro país. Para eso sería conveniente que no suscitara dudas acerca de la solidez de sus acuerdos de gobierno con el PP en Comunidades y Ayuntamientos. No vendría mal tampoco que se esforzara en forjar una cultura propia, más allá de los tópicos saturados de progresismo que lo alejan de la polémica pero anulan cualquier originalidad, ese tono de novedad que una vez le caracterizó a ojos de muchos.