Opinión
Resonancia histórica
Hay libros que tienen resonancia histórica y otros que no. A veces, nuestros libros favoritos son obras que no han tenido mucha suerte entre nuestros coetáneos, pero eso no evita que, en nuestra vida particular, encuentren un eco profundo personal. Por el contrario, existen también obras que cosechan un reconocimiento general de todas las generaciones de intelectuales y académicos, pero curiosamente, a pesar de que todo el mundo sabe alguna cosa de ellas por su fama, lo cierto es que no las consulta casi nadie. Tal destino de los libros se debe fundamentalmente a la manera de leer ficciones que nos ha enseñado nuestra tradición cultural. Raramente nos hemos preocupado de enseñar a cómo formar lectores sensibles. Más bien lo que hemos hecho siempre es leer como si la única obligación del lector fuera, o bien identificarse emocionalmente con uno de los personajes del relato, o bien huir de la decepción de la propia existencia buscando un mundo sustitutivo en el que suceden cosas que jamás experimentaremos, o bien esperar encontrar una enseñanza sociológica o filosófica que con comodidad contente nuestras sinceras ansias de saber. Todas esas actitudes son comprensibles, humanas e incluso, en ciertos contextos, loables. Pero todo eso no forma lectores sensibles. Es solo una parte de la tarea. El lector que a mí me gusta imaginar es un lector que espera de las obras, sean de ficción o de veracidad, que le hagan visible (aunque sea solo por un momento) toda la estructura desnuda de la vida humana a través de un hecho discretamente iluminador, aunque sea un suceso trivial.
Los escritores que más aprecio son los que han puesto en palabras alguna de esas cosas que todos los humanos vemos, pero que nadie había explicado con exactitud antes. Como decía Jorge Luis Borges, quien consume ficciones siempre corre el peligro de verse a sí mismo como un personaje del arte. Los humanos reales somos algo mucho más sórdido que eso, pero también más grande. Se acercan tiempos de grandes mentiras, relatos hegemónicos y grandes ficciones televisivas. Si fracasamos en su día a la hora de educar lectores sensibles, intentemos al menos conseguirlo esta vez a la hora de crear televidentes.
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