Opinión

Carta abierta a David Simon

Admirado señor Simon,

Hace unos días debatimos sobre España. De inmediato su Twitter rebosaba de impresentables nostálgicos franquistas. Usted les respondió con higiénica ferocidad. Bravo. Aunque mejor no confundir a los españoles con esa pandilla de imbéciles; infinitamente más residual, por cierto, que los millones de estadounidenses que votan a favor del populismo de Donald Trump. Al que asumo que usted desprecia por su demagogia extremista y su odio al sistema demoliberal.

Quizá por eso, porque está alineado con la causa de la libertad y milita contra abstracciones tan reaccionarias como las patrias culturales excluyentes, duele tanto leerle que «ellos [los defensores del referéndum de autodeterminación] parecen dispuestos a contar los votos, si es que pueden votar. Sin duda, esa es una premisa democrática. A diferencia de, pongamos, movilizar a las brigadas marroquíes y atacar con ellas la capital». Y no crea que no entiendo la tentación de invocar el fantasma de 1936. Sobre todo dada la resistencia de muchas personas bienintencionadas a creer que la democracia española sea homologable con la de cualquier país de Europa. Aunque a veces siento que algunos amigos sólo nos quieren para disponer de un fascismo de atrezzo, que les permita ejercer como combatientes sobrevenidos en el Jarama.

Usted escribe que no opina respecto a «lo que debería pasar entre Barcelona y Madrid». Pero que antes o después será inevitable votar. No entraré en la infantil distinción Barcelona vs. Madrid, que no son entes monolíticos. Aparte, Barcelona es una población tradicionalmente refractaria a las pretensiones secesionistas, mayoritarias en cambio en el medio rural y los pueblos y pequeñas ciudades del interior. O sea, Nueva York capital de Utah y Utah, pero no Nueva York, empeñada en abandonar EE UU. Por cierto, que el partido que más alcaldes franquistas incorporó reciclados a la democracia española fue CIU, el partido de Jordi Pujol, líder histórico de la derecha nacionalista y ahora, coincidiendo con el descubrimiento de la fortuna que presuntamente robó, independentista. La antigua CIU es el PDeCAT de Carles Puigdemont.

Comenta usted que está interesado en algo «más universal» que nuestras «cuestiones nacionales». Bien. Aunque no lo crea, nuestras «cuestiones nacionales» están relacionadas con fenómenos de alcance mundial. Por ejemplo el auge de los movimientos iliberales y el asalto contra los viejos principios de la democracia representativa. En el caso de EE UU mediante un trumpismo de pulsiones autocráticas. En España, con una ola nacionalista que aspira a convertir en extranjeros al 50% de los ciudadanos de Cataluña y al resto de españoles. Sin ningún motivo más allá del deseo de no convivir: no hay ningún hipotético derecho o libertad que fuera a ganar un catalán en un país independiente que no disfrute ya como ciudadano español. Se trata del puro y simple deseo de no convivir; es decir, xenofobia. En Cataluña no se busca la autodeterminación, sino la autosegregación: nada menos democrático.

Mire, equiparar sin más voto y democracia es una falacia de libro. Una simplificación «woke». No todo puede votarse. Si yo mañana pido un referéndum para aprobar la expulsión de Maryland de los EE UU, el sufragio censitario por raza o la censura previa los demócratas deben oponerse sin matices. Para decidir sobre lo que es de todos no hay otro camino que consultar a todos. Aparte, en España es posible reformar la Constitución y hasta podría preguntarse por la independencia de una porción del territorio. Pero no saltándose los mecanismos legales y/o imponiendo la voluntad de unos cuantos. Ah, el problema no siempre es el número: el gobernador de Alabama, el racista George Wallace, ganó las elecciones a gobernador en 1962 con el 96% de los votos y un programa para desobedecer la sentencia del Supremo y perpetuar la segregación.

Permita finalmente que transcriba aquí unas palabras de Pujol. Refiriéndose a los inmigrantes andaluces que acudieron a trabajar a las fábricas de la burguesía racista que ahora reclama la independencia, el padre del nacionalismo catalán escribió que «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (...) Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad». Años más tarde el actual presidente de la Generalidad, Quim Torra, escribirá que «están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN (...) les rebota todo lo que no sea español y en castellano. Tienen nombre y apellidos las bestias. Todos conocemos alguna. Abundan las bestias. Viven, mueren y se multiplican».

Imagino que sabe que el castellano es el idioma materno del 55% de los catalanes, frente al 31,6% que tiene el catalán, y que sin embargo la escuela catalana ha apostado por un monolingüismo que imposibilita escolarizar en la lengua común de todos los catalanes..., el castellano, sí. También sabrá que las personas que en Cataluña tienen el castellano de lengua materna pertenecen a los sectores menos pudientes de la sociedad. Y que el apoyo porcentual a la independencia aumenta de forma proporcional a los ingresos anuales. El nacionalismo catalán, ese que gobierna desde hace casi medio siglo, acumula todas las palancas económicas y políticas, mientras que los hijos y nietos de la emigración, los «españolistas», ocupan el extrarradio de las ciudades y los puestos más bajos de la escala social. ¿No quería usted hablar de moral? ¿Le parecen suficientemente inmorales las palabras de Pujol y Torra? ¿Qué tal la inmoralidad de que una minoría pudiente, la minoría en el poder, lance por la borda a sus conciudadanos, más humildes? Si España fuera Baltimore usted estaría bastante más cerca de trabajar para la ficción como jefe de prensa de Clay Davis que de pelear por la verdad, por el futuro y los derechos de la gente del gueto, como hizo en la maravillosa «The wire».

Gracias por su atención, y abrazos.