Opinión
Quitar calles
El emperador Shih Huang Ti, contemporáneo de Aníbal, fue quien ordenó construir la Gran Muralla China. Era rey de Tsin y redujo a su mando a seis reinos chinos, acabando con el sistema feudal. No lo conoce mucha gente, pero lo saben unos cuantos. Lo que es ya menos conocido es que cuando se coronó como primer emperador de China, Li Su, su primer ministro, queriendo halagarlo, le convenció de que la Historia debía comenzar con él y, para ello, era necesario destruir todos los libros anteriores; o sea, abolir el pasado. Quienes eran descubiertos ocultando libros para salvarlos de la destrucción eran marcados con hierro candente y obligados a trabajar de esclavos en la Muralla. A pesar de ello, muchas obras valiosas persistieron. Al valor y abnegación de oscuros hombres de letras debemos el hecho de haberse conservado las palabras anteriores de Confucio y muchos otros. El pasado es indestructible, decía Borges; tarde o temprano vuelven todas las cosas y, de una manera paradójica, por pura lógica, una de las cosas que vuelve es el demente proyecto de abolir el pasado. Por eso, siglos después, también en uno de los parlamentos populares de Cromwell se propuso muy seriamente que se quemaran los archivos de la Torre de Londres (lo cuenta Samuel Johnson) para que se borrara la memoria de las cosas pretéritas y que todo el régimen de la vida recomenzara. Por suerte, no se hizo.
Intentar quemar el pasado y erigir muros parece ser una tarea común a todos los políticos. Lo único que les distingue actualmente es a la ridícula escala a la que operan. Ya no son emperadores unificadores, sino ignorantes actrices en paro o pequeños empresarios desembarcados en política los que coquetean en diminuta parodia con ese proyecto. Su objetivo es el nomenclátor de las calles para fingir que con un mero cambio de palabrería vamos a vivir mejor, pero yo no me preocuparía en exceso por esas estupideces. Los nombres de las calles los ponen y quitan los políticos, no la gente y, como el pueblo lo sabe, donde vale la pena estar es en el corazón popular, no en el nomenclátor. Se consigue con acciones dignas de recordar. Por eso el pasado, con lo bueno y con lo malo, siempre resultará indestructible.
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