Opinión

Ontología

«Pedro, no nos van a atacar por lo que hagamos, sino por lo que somos». Esa fue la inmortal frase que cuentan se le ocurrió a Iglesias nada más acceder al poder. La recordaba el otro día cuando salí a la calle en mi pueblo y se me ocurrió una pregunta. Si a mí, cuando me olvido la mascarilla y vulnero la distancia, me cae una multa de cien euros, ¿me pueden explicar por qué no se les aplica el mismo tratamiento a los tres mil que se juntaron el otro día en Colón para saltarse las normas adrede?

Me parece una discriminación injusta porque además yo dispongo de atenuantes ya que es bien sabido en el pueblo que soy un notable despistado; pero es que ellos iban a hacerlo claramente aposta. A todos sorprende que entre esos partidarios de las supersticiones que se concentran para intercambiar virus aparezca siempre alguna cabeza bien amueblada que está pasando un momento de desvarío. ¿Por qué sucede que hay gente inteligente que también cree en estupideces?

Pues muy sencillo: porque en un momento bajo se les ha colado en el cerebro una idea rara y luego, una vez dentro, han usado toda su inteligencia para defender lo indefendible antes que reconocer honestamente que han hecho el memo. Todo ser humano tiene su porción de amor propio. La lista de premios Nobel que chalaron en la última parte de su vida e hicieron imbecilidades es larga y copiosa. Tener un Nobel no te vacuna automáticamente contra la demencia senil ni el deterioro cognitivo. Y es que nos olvidamos que la idiotez no es un argumento ontológico. La idiotez resulta que no es, sino que se hace. Hay individuos muy reincidentes a los que -para entendernos- podemos llamar idiotas, pero en verdad nunca somos idiotas de la misma manera que somos rubios o morenos, altos o bajos. Es decir, no somos idiotas, sino que algunos días estamos más idiotas que otros.

Por eso hay que disipar los temores de Pablo Iglesias y recordarle que ya podemos respirar todos tranquilos. A la vista de los hechos, podemos afirmar felizmente que, por fortuna, vivimos en un país en el que, como demuestra el desenlace de la manifestación de negacionistas del pasado domingo en la Plaza de Colón, a nadie se le va a perseguir tan solo por ser idiota.