Opinión

Cosas de marquesas, del PP a Galapagar

Cayetana Álvarez de Toledo, marquesa de Casa Fuerte, destituida que no cesada como portavoz del PP en el Congreso, deshoja la margarita, tras apurar sus vacaciones en la Mallorca de «la diosa blanca» de Robert Graves, de si mantiene o renuncia al escaño que obtuvo por Barcelona en las últimas elecciones. Irene Montero, marquesa consorte de Galapagar, tras un incómodo y confuso, pero poco más, episodio de escrache en sus vacaciones familiares en Asturias, acaba de debutar en el papel couché, posado incluído –eso sí, hasta cierto punto discreto–, en las páginas de «Díez Minutos», entrevistada sin grandes aristas, según las costumbres del sector, por Rosa Villacastín, ante quien admite un cierto interés por la moda. Muy lejos queda todavía la histórica y sofisticada imagen de todas las ministras de José Luis Rodríguez Zapatero en la portada de «Vogue». «Diez Minutos» es más popular, como la clientela electoral de Irene Montero, que no quería saltar directamente a una portada estilosa, pero que también cada día está más cerca de la casta que tanto denunciaron Pablo Iglesias y ella misma. De hecho, los dos líderes de Unidas Podemos hace tiempo que son tan casta como Cayetana, política despechada, marquesa y «líder de un sector crítico sin sector en el PP», como explica con cariño y resignación una de sus personas de confianza.

Cayetana, aristócrata en ejercicio de las ideas, quizá preferiría la portada –y el interior– de «The Oxford Review of Books», pero «la bella sin alma» tampoco tendría problema en acceder a otras más «glamourosas», una tentación en la que también cayó Soraya Sáenz de Santamaría que, a pesar de todas sus diferencias, como miembro de la elite de los grandes funcionarios del Estado, fue otra que –desde una arrogancia menos visible– tropezó con la maquinaria de un partido en el que, como en todos en España, el éxito depende desde la cercanía al líder hasta cualquier pequeño detalle, pero en el que sobre todo son decisivas las expectativas electorales. Álvarez de Toledo, como Miguel Herrero de Miñón en su día, era quizá la mejor y más brillante parlamentaria del PP, pero ni su capacidad, ni su estilo, ni su arrogancia aportaban millones de votos y sí broncas internas. Ahora debe decidir si cede su escaño, algo que nadie puede exigirle, pero que es otro de los vicios del sistema electoral español. Le sustituiría el siguiente de la lista, de quien nadie se acuerda. Así llegó, por cierto Sánchez al Congreso, como recambio de Solbes cuando dejó el Parlamento. Otra diferencia española. En otros países, cuando un diputado deja su escaño, no corre la lista, sino que hay elecciones parciales para sustituirle. Asuntos, políticos, de marquesas, del PP y de Galapagar. Al fondo, la pandemia, que esa sí que no cesa y nadie parece capaz de destituirla.