Opinión
Sin imaginación
En nuestro mundo moderno, la ausencia de imaginación está considerada como un defecto o una especie de minusvalía. Yo no lo veo así. Desde mi punto de vista, la ausencia de imaginación es algo positivo. En este mundo de cantamañanas, soñadores ególatras, vendedores de humo y demagogos desaforados, yo valoro al señor o la señora que no se inventan nada, sino que aspiran a pasar por la vida sin fantasías desmesuradas y con los pies sólidamente asentados en el suelo. En numerosísimas ocasiones, los prejuicios y las creencias más desafortunadas han procedido de un exceso de inventiva o de una imaginación desbocada.
Hay otra faceta añadida del asunto que me hace mirar con simpatía la falta de imaginación cuando se da entre los vecinos que me rodean. Yo creo que, en este caso concreto, los jóvenes escritores me entenderán perfectamente. El peatón falto de imaginación es la base de nuestro oficio, la materia prima necesaria para que nuestra profesión tenga futuro y sentido, el terreno de cultivo sobre el que los escribas labramos. Nuestro trabajo se basa en centrarnos en un hecho o suceso y dejarlo descrito con todo lujo de detalles en beneficio de quienes no son capaces de imaginarlo. Por tanto, a menos imaginación entre los humanos, más clientela potencial tenemos. Pero también entre los propios escritores escasea afortunadamente muchas veces la imaginación. Y eso no es malo. Hay escritores que piensan por imágenes (Shakespeare, Cervantes, para entendernos) y escritores que piensan por abstracciones (Ortega y Gasset o el doctor Johnson, por ejemplo). Cuando el escritor que piensa por abstracciones es sensual y quiere por ello ponerse imaginativo (como muchas veces le pasaba a Ortega) el resultado es que, por querer engalanar su proceso lógico, parece que lo disfrace, que lo adorne ortopédicamente. La pureza de su razonador buen pensamiento queda espesado y opacado por alegorías y metáforas de una brillante chispa pero que lo ralentizan. El escritor razonador puede pensar, pero le cuesta imaginar. El escritor imaginativo, si se sale de sus intuiciones y se pone a razonarlas, termina predicando. Al final, bien mirado, la imaginación siempre está un poco sobrevalorada.
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