Opinión

¿Dolo o incompetencia?

Tengo para mí que el Código Penal es un mal camino para resolver los problemas políticos. Ahora lo acaba de mostrar una vez más la fiscalía del Tribunal Supremo al oponerse al procesamiento del gobierno por el asunto del Covid-19. Y es que vincular la acción o inacción de Don Sánchez y sus ministros a los daños específicos de la epidemia –o sea, a las muertes concretas, los contagios precisos o las pérdidas de empleo determinadas– es como las apelaciones de otrora a los pactos mefistofélicos para demostrar los crímenes de brujería. Claro que valorar casi como eximente el hecho de que esos ministros se fueran de manifestación el 8-M, es como alabar su estupidez, fruto de su incompetencia. Pero en política es justamente esta última la que cuenta. Se necesitarían las mismas trescientas páginas que ha requerido el fiscal Navajas para exponer con detalle el cúmulo de decisiones, omisiones y pasiones que revelan la incapacidad de esos gobernantes para resolver con eficacia la montaña de problemas que ha planteado la epidemia. «Por sus frutos los conoceréis», afirma el Evangelio de Mateo avisando de los falsos profetas. Y ahí están los frutos: un país devastado por sus recuerdos, ciudadanos temerosos del porvenir, padres inquietos por el riesgo escolar de sus hijos, millones de personas sin trabajo y sin rentas para sobrevivir, colas interminables en las instituciones de caridad, servicios médicos degradados, comercios semivacíos, hoteles cerrados a cal y canto, bares y restaurantes despojados de clientela, museos en exposición vergonzante, industrias a medio gas, suicidios en senda ascendente.

No, verdaderamente no es el dolo de nuestros gobernantes el que nos ha conducido a esto. Es su incompetencia la que se manifiesta todos los días, uno tras otro, agravando las tremendas consecuencias del virus que vino de Wuhan. Su incomprensión del fenómeno epidémico, su afán de aparentar lo que no tienen, sus decisiones balbucientes, su demora sistemática, su disimulo, su discurso lleno de palabras y vacío de conceptos, sus peleas internas de medio pelo, su regodeo en la nada. Ahí están pretendiendo el aplauso cuando no merecen sino nuestro desprecio.