Opinión
España en guerra (consigo misma)
Una parte amplia de la población española, aturdida y desorientada por la avalancha de los acontecimientos producidos en los últimos meses, ha tardado en darse cuenta de la gravedad de la situación en la que nos encontramos. No repetiremos aquí el inabarcable catálogo de escándalos que jalonan la andadura de este gobierno, ya desde antes de la pandemia. Aunque lo peor ha sido la impunidad con la que se han sucedido. A su amparo ha crecido la audacia de quienes los protagonizan y la pregunta más repetida, que nos hacíamos era ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Ahora mucha gente, incluso un sector de los que anteponían sus prejuicios ideológicos a la realidad, ha pasado de la incredulidad, del estupor y la indiferencia cómplice, a sentir una gran preocupación.
Se va superando ya el asombro ante el espectáculo denigrante que soportamos desde hace demasiado tiempo. Bastante parecido, por desgracia, a lo descrito por Quevedo en La hora de todos y la fortuna con seso. No disminuyen pero vamos despreciando a esa caterva de manes, lemures, penatillos y otros dioses bajunos que asientan la jeta ante Júpiter, con actitud reverente. No sorprende ya el ladrón ministro que se hizo una casa de grande ostentación con resabios de palacio. Ni que de vez en cuando algún que otro miembro del gobierno salga con tan impensables sandeces, como las del potentado glotón, que hacen desfallecer pasmada la admiración y la doctrina. Hasta tomamos casi con naturalidad que el manchego-catalán, trasplantado a Estados Unidos, ministro más ineficaz de cuantos le han precedido en la gestión universitaria, descubra Cartagena con un apocalíptico «este mundo se acaba». Y tanto ¡oiga!, mientras no se plante cara a los que se esfuerzan en lograrlo.
Los españoles vamos tomando conciencia de la insoportable situación en la que vivimos. España se halla inmersa en una guerra contra sí misma. Una guerra, sí, no se espanten. Veamos. El gobierno del Reino de España ha desatado una amplia ofensiva dirigida a derribar la Monarquía y a suprimir la Constitución vigente. Algunos de sus miembros lo declaran públicamente; otros no lo desmienten y, salvo alguna excepción, se suman a las hostilidades. No dudan para ello en aliarse con los herederos de ETA y los separatistas. Varias instituciones autonómicas pretenden derribar el Estado, incluso en abierta rebelión, teñida de sedición y disfrazada, por último, como una especie de picnic, con la anuencia del Ejecutivo nacional. Varios de estos aliados del gobierno declaran la guerra a España, al Rey y a la Constitución en sede parlamentaria; con ridícula e indignante «solemnidad». Ahí podemos comprobar que el nombre de Rufián nunca se ajustó tanto a la persona que lo lleva.
En su estrategia no faltan las maniobras de diversión. Movimientos dirigidos a distraer la opinión pública y crispar el ambiente con provocaciones innecesarias e indeseables como el traslado de los restos de Franco o el cobarde acoso a los frailes del Valle de los Caídos. Un conflicto en el que el gobierno pretende adueñarse no sólo del presente sino también del futuro, mediante la falsificación del pasado. Un ejercicio totalitarista que permite convertir España en una entelequia, a gusto del poder, y a los españoles en sujetos incapaces de conocerse a sí mismos. A eso se llama «memoria histórica», «memoria democrática», dos sarcasmos liberticidas.
Como toda guerra ésta supone un despilfarro de dinero, empleado en ganar apoyos mediante la asignación discriminatoria de recursos públicos, a favor de quienes chantajean sistemáticamente al Estado. También en algo tan esencial, en las contiendas modernas, como la propaganda. Para eso las subvenciones a los «medios» y el domino de las redes sociales. El gobierno trata de someter, además, de modo torticero a las principales instituciones, conculcando la separación de poderes. Las mismas a las que desprestigia y erosiona, instrumentalizándolas al servicio de sus intereses partidistas. A la vez demoniza a quienes no se pliegan a sus planes. Todo un muestrario de evidente degeneración democrática.
La mayoría de los españoles rechazan el clima de enfrentamiento, hijo de la frustración y el odio, fomentado sobre todo por algunas formaciones de extrema izquierda. Sufren la perversión de la política gubernamental y la de otros detentadores del poder político en espacios regionales, que, contra la demanda general de unidad, promueven la fractura social. Son conscientes de que esta tropa hunde el país y se preguntan ¿qué hacemos? La respuesta es clara: asumir cada uno nuestra responsabilidad exigiendo una POLÍTICA al servicio del bien común y de la convivencia dentro de la ley. Practicar la ciencia primera y fundamental de un hombre que es la de saber vivir con dignidad. Guste más o menos todos somos responsables de la situación, cada uno en su medida, en el sentido invocado por Saint-Exupery, empezando por los comunicadores que disfrazan la mentira, o los historiadores que hemos consentido el deterioro extremo de la historia, o cualquiera de los que esperan que los problemas se solucionen solos. Y así hasta el Rey en quien está depositada la confianza de los españoles, con la esperanza de que no tolerará los desmanes de los enemigos de España, de la Monarquía y de la Constitución. Es hora de vivir en verdadera democracia, el único régimen compatible con la dignidad humana, como escribió Sábato. Nos va mucho en ello.
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